El equipo por encima de todo

Nos hemos abonado a la incredibilidad; en este Eurobasket nadie olvidará que el supuesto equipo pequeño, el equipo nacional, ha demostrado que los pronósticos y los algoritmos que colocaban a España como octavo favorito al trono, han sido, una vez más, pura estadística matemática, pura especulación, números y palabras fríos, falacias, y que como se dice en el pueblo llano, los partidos hay que ganarlos en la cancha, nunca en los ordenadores. Y en el parqué la pelea es con la pelota naranja y ahí hay argumentos que siempre salen de las estadísticas; los intangibles; la fe, el coraje, el corazón. Porque no hay nada que engrandezca más a un equipo que ese cúmulo de virtudes. 

Pepu Herández hablaba insistentemente de equipo nacional, no de selección, sino de equipo nacional, probablemente porque en esos matices que habita en la palabra equipo estaba la clave del éxito; había un universo intangible detrás, (que según Scariolo, solo Garuba veía nítidamente y ciegamente). Y lo reiteraba en cada partido el ex seleccionador nacional, y no lo decía cualquiera (oro como entrenador en el Mundial de Japón). España ha sido un reloj en donde todas las piezas encajaban y funcionaban milimétricamente, con algún apagón propio del deporte, propio del rival, propio de los nervios y de la juventud. Perdimos ante Bélgica un partido que puso contra las cuerdas las posibilidades. Sin pasar por alto que muchos jugadores se vestían la elástica de tirantes de la selección en un campeonato internacional por primera. Y todos han sabido responder y sobreponerse a las dificultades y a las exigencias. 

En este Eurobasket del 2022, mientras España era un equipo con mayúsculas, que crecía a pasos agigantados, muchos otros, empujando a su particular estrella a absorber todo o gran parte del juego, han olvidado que la palabra clave era esa; equipo. En un campeonato lleno de estrellas y de candidatos (jugadores NBA all-stars, jugadores que llevan tatuados el MVP en la frente, o que serán, probablemente, futuro MVP), desde Doncic, pasando por Jokic, y sin olvidar al griego Antetokounmpo, hemos observando con cierta naturalidad cómo estos galácticos del baloncesto se iban para casa por el empuje de equipos, a priori, con menos galones y diamantes. Esto le da un mérito gigante a Polonia que cayó en semifinales, y a la roja, a la recalcada y gloriosa familia, como se refleja en el documental sobre la selección. Si ya obraron el milagro de los milagros en el último Mundial FIBA de China, con Ricky Rubio como protagonista, MVP del torneo y líder principal, este año las cosas no han dejado sorprender y se han colgado el oro de nuevo. Un oro que tiene la firma y el liderazgo de Willy Hernández, MVP del europeo, que le guarda un papel destacado para su hermano Juan cho, MVP de la Final, con la capitanía sabia de Rudy Fernández, que ha dado aliento al equipo con sus triples y con su liderazgo, con el temple de Lorenzo Brown, que ha sabido ordenar las ideas y los puntos, y sobre todo, con la maestría mágica y sensacional del entrenador Sergio Scariolo, que posee la varita mágica para sacar el máximo potencial de los equipos, y que esconde la carta para ganar la partida, para ganar partidos y campeonatos. Lo de Scariolo es increíble.

España ha sabido bucear en esa idiosincrasia que es el Eurobasket, el caos propio que coagula en una competición de escasas semanas, más el añadido de que en este tipo de campeonatos, en las eliminatorias, un mal día, o un buen día del equipo rival, te manda para casa de cabeza. Pero hay una verdad incontestable; el que se sube en lo alto del podio es porque se lo ha ganado. Y para subir a lo más alto hay que ser un gran equipo. Y la selección española puede estar orgullosa por el oro y porque ha sido el mejor equipo, sin discusión. Un grupo de amigos dispuesto a ayudar, a ser una familia, dispuesto a sufrir, a luchar y a llevarse por delante a quien haga falta.

El camino no ha sido fácil. Bélgica le puso el barro en labios al combinado y se temía incluso por los octavos. Pero España terminó siendo primera de grupo. En los octavos ha habido litros de sufrimiento; una Lituana sólida y coral, como pocas veces, llevó el partido a la prórroga y tuvo sus momentos para tumbar a la roja. Fue el único partido de la fase final que se tuvo que solventar en la prórroga para la roja. Pero en un partido formidable de Brown (28 puntos y  8 asistencias) y de Willy (21 putos y 8 rebotes), y con una prórroga en la que el equipo nacional dejó K.O. a los lituanos, pasamos a cuartos de final. Los cuartos y semifinales fueron más tranquilos, si es que es posible usar tal Adjetivo al llegar a una final de un Eurobasket. Y en la final se coronó la roja, dominando a Francia de la cabo a rabo. España siempre llevó la batuta, siempre estuvo por delante en el marcador, con margen, a pesar de los vaivenes típicos del baloncesto y del equipo rival, que quiso pero no pudo y la roja se mantenía sobre los diez puntos de colchón. 

Al final, una selección, aparentemente sin estrellas y sin nombres que deslumbran (prácticamente desconocidos para los espectadores), se lleva el oro, con Willy Hernández como MVP del campeonato, con Lorenzo Brown, que podría haber sido MVP del campeonato también. Y con Brown tenemos tela para cortar porque  tras su pitada entrada como base de la selección, por motivos que parecen justificables (no ha vivido en España, no habla español, y apenas se ha empapado de la cultura de nuestro país para identificarse con él), ha sido una pieza fundamental, un playmaker sensacional, que guarda un razonable parecido al juego del Ricky Rubio y que ha sabido pausar y oxigenar al equipo, aclarar el juego y las ideas. El acierto del juego coral y táctico del equipo nacional, la firma de Scariolo, le ha servido para llevar el juego a su terreno, llevando al límite y al desconcierto al rival, porque era lo que había que hacer para tumbar a Francia nuevamente en una final, para colgarse el oro.

Esta generación, que suple a la mejor generación de baloncestistas españoles, y que ya se ha colgado en oro en un Mundial y el oro en un Eurobasket, cosa que solo pueden decir un puñado de elegidos, tienen un futuro prometedor por delante y han callado muchas bocas. La ópera continuará, porque tenemos grandes tenores y una gran orquesta; una selección que sabe repartirse el trabajo, que no tiene ego, y que tiene en el banquillo a un genial director de orquesta, que da la cara por ellos, en las buenas y en las malas, y que ha sabido dirigir a un equipo, que es un equipo nuevamente campeón.

BS

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