La oscura realidad


Messi abandona el equipo de su vida y la plana mayor culé atisba la sombra del diez, la más alargada del planeta fútbol, que se confunde con la de la Torre Eiffel. El club tendrá que hacer de muchas tripas algo parecido a un corazón y el augurio de los próximos meses podría ser el comienzo de un vía crucis sin retorno. La vida sin Messi es el mayor cambio de ciclo de la historia del club.


El fútbol español se queda, por tanto, con la pelota muda, huérfanos de magia, de clase, de rock n' roll, justo ahora, cuando nuestro balompié está en horas amargas, de capa caída, en modo soporífero, y no solo por la tremenda fuga que supone el adiós del diez; la mayoría de los partidos aburre a vivos y a muertos. El diez descuelga las botas de la taquilla del Camp Nou mientras se da por hecho su aterrizaje inminente en París, en el equipo de los billetes en pozos sin fondos, en el tiránico y titánico PSG, que completaría el equipo más galáctico de la historia. Pero los entresijos del adiós guarda cabos sueltos, torcidos y retorcidos.


Messi vuela al artificioso equipo parisino después de atrincherarse durante el último año con la zamarra blaugrana a regañadientes. Un año plagado de turbulencias en el vestuario, con un burofax de salida, con la salida agitada de Luis Suárez, con las oficinas y cuentas embarradas, con un inicio de liga calamitoso, con Koeman bailando sobre el más inestable de los alambres, con Bartomeu escapando de la entidad por las rendijas de ventilación, con la Copa como único sustento a nivel deportivo... Y Messi, en ese contexto atómico, volvió a ser el de siempre, el diamante de La Liga, aunque no le valió para pelear la Champions ni La Liga. Pero sí para conquistar, llegado el verano, la Copa América con la selección argentina, una de sus deudas pendientes, siendo coronado, a la postre, como el principal baluarte del torneo. Una temporada con vistas al balón de oro.


Sin embargo, el idilio entre Laporta y Messi se hizo añicos, mil pedazos, la tarde del jueves. El argentino, sin cruzar la línea de la frustración o de la mala educación, compadeció el domingo y aseguró que todo estaba cerrado y que a última hora, Laporta, (sí, Laporta) le dijo que la economía del Barça estaba en una bancarrota total y demás excusas que tanto a él como a su padre le sonaron a blablablás a deshoras. Al argentino se le notó incrédulo, molesto, desesperanzado y fue reincidente con su mensaje: "quería quedarme".


A buen entendedor, pocas palabras bastan; el pacto/pseudopacto del que alardeaba socarronamente Laporta con el argentino en los últimos meses ha sido una estrategia de márquetin. Con todo atado entre el club y Messi, el Barcelona reculó por su crisis económica de manera unilateral. El Barça está al filo del colapso. O, quizás, ya ganada las elecciones, los altos cargos hicieron alardes de su ignorancia programada (según se miren los avatares). Siempre flotará la duda como una bruma pesada: ¿por qué el acuerdo se rompe en el último momento?, ¿dónde quedaron las alusiones de los "dulces sueños" de Laporta con Messi solo unas horas antes?


Messi comprendió entonces, el jueves pasado, que estaba por primera vez, en su etapa como futbolista, después de veintiún años, lejos de los quehaceres del Barça. No había vuelta atrás. Messi tampoco culpabilizó a LaLiga ni a Tebas, como sí estaban haciendo Laporta y sus secuaces tribuneros que aún intentan vender la fumata de que fue LaLiga la que ha impedido la renovación del rosarino. Lo que supone enredar la situación en el cinismo, quitarse toda la responsabilidad de encima y dejar que la demagogia de los tuits de filibusteros campen a sus anchas confundiéndolo todo. LaLiga tiene unas normas económicas que son iguales para todos, sin pasar por alto que los dos privilegiados del fútbol español, por activa y por pasiva, son Madrid y Barcelona.


Esto deja, además, otra encrucijada moral; el presidente de la entidad blaugrana volvió a ganar unas elecciones con la retórica atiborrada de falacia y humo. Mucho humo. En su primera llegada al equipo culé, durante la pugna por la presidencia, su as bajo la manga fue el fichaje infructuoso de Beckham (que acabó, de la mano de Florentino, en el Real Madrid). Y estas elecciones han sido de nuevo unas elecciones con liebres. La historia se repite. Ocurrió lo que repetidamente vemos con los trileros y comerciales; una personalidad con don de gente, labia viperina, obtiene el premio con promesas con mojados pies de barro, ignorando las letras pequeñas y con mucha puesta en escena.


No podemos olvidar que lo más destacado de Laporta ha sido su cartel gigantesco, retador y morboso en Madrid. La imagen por encima del programa. Y tras meses abanderado la continuidad de Messi, su único plato fuerte para reconquistar las altas oficinas blaugranas, el jueves recogió bártulos, cables, y, con la excusa de LaLiga mediante, Messi quedó definitiva y maquiavelicamente fuera de plano. El sueldo del jugador era inasumible. Su contrato, por mucha tijera que se metiera, seguiría sobrepasando los treinta millones de euros, o rondándolos. Así que para pagar al crack argentino había que ingeniárselas y recortar de donde no estaba escrito. Pero ni en el mejor de los escenarios las circunferencias de los números cuadraban.


Bartomeu lapidó la banca de la institución con fichajes y sueldos astronómicos y Laporta ha vendido durante las elecciones un optimismo ficticio sobre la continuidad de Messi. El hambre y las ganas de comer. El caos, la ficción y las mentiras. El desenlace era previsible; Laporta tuvo que comerse una envenenada herencia y sus propias palabras.


Ahora bien, ni el mayor de los incrédulos se cree que Laporta no fuera consciente de las calamitosas cuentas del club justo antes de cerrar el contrato del mejor futbolista que ha pisado La Masía. Faltó honestidad. Laporta y los suyos sabían cuán negra y oscura era la realidad del club. Pero a veces, para ganar, para ocultar el incendio, es mejor prevenir. Y, sobre todo, callar.


El Barcelona pierde a la figura capital de su presente y su pasado, el actor principal de todos los éxitos culés en el siglo XXI. El siglo en que el Barcelona se convirtió durante largos periodos de años en un equipo que dejaba a los aficionados con la boca abierta. Un equipo que maravillaba con su fútbol. Ahora tendrá que resurgir de sus cenizas. La directiva debe reestructurar un plantel con un diseño arquitectónico ahogado económicamente y falto de talento, pero con los cimientos suficientes como para pelear dignamente La Liga y cumplir suficientemente en Champions. Siempre y cuando la crisis económica no acabe dinamitándolo todo. La era pos-Messi apunta a que va a ser una odisea dura y larga (es la más probable de las suposiciones), porque no todos los días se marcha de tu equipo el mejor jugador de la historia.


BS

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