Cuando Dios se disfrazó de jugador de baloncesto
Hace veintitrés años Jordan dejaba su último tiro para la posteridad. Un tiro en suspensión, tras robarle la cartera a Karl Malone, que se desplomó impostadamente como un rascacielos en demolición para buscar la piedad y la falta de los árbitros. Pero no la encontró, fue un sabotaje sin rastros, limpio como un amanecer de primavera. Posteriormente, el 23 encaró con la cabeza clara, y el corazón frío y viperino, la canasta rival, midiendo los tiempos, mimando la bola, como un felino ante su presa, agazapado en el parqué, dejando correr los segundos. Enfiló la canasta, hizo un reverso, doblando las rodillas como si fueran de goma, dejando sentado y roto, en la más oscura de las noches, a su par, a Russell, que lo defendía con uñas y dientes. Y sin adversario, o más, con su adversario en la lona, con la tranquilidad y temple de un cirujano experto, saltó, lanzó y encestó. Llegó, vio y venció. Alea iacta est. Todo el griterío de Utah desapareció.
Un swing perfecto. Flases por todas partes. Un tiempo muerto, nunca mejor dicho, para los Utah, que a día de hoy siguen cegados con aquel destello. Andrés Montes desgañitándose por los altavoces, siendo testigo directo de un momento histórico del deporte. "¡¡Jordan!!". Daimiel, su frío, más bien templado, y neutral copiloto en antena, desbordado como nunca de entusiasmo incontrolable, dejando resoplidos de incredulidad, varias frases memorables, como la de "este Jordan me suena". Y más tarde recordando, reiterando, parafraseando y rememorando las palabras de Larry Bird sobre Jordan, con el gesto aún saturado y viciado de increíbilidad. Porque aquello fue extraterrestre: "Dios ha vuelto a disfrazarse de jugador de baloncesto".
Un tiro de película. Un tiro que era un anillo, el sexto, el segundo three-peat de los Bulls y de la era Jordan. Un tiro que, por entonces, era también el adiós del más grande.
No hay espectador en Utah que presenciara aquella genialidad/cataclismo que no viera la tan fría y cruda realidad con aquella jugada. No eran dos puntos; era dejar todas las esperanzas de los Utah en un agujero negro infinito. El último tiro a la desesperada de Stockton era un imposible. Jordan estaba en la cancha, y hay veces que el destino es claro e implacable, y quizás, injusto. Aquel triple del informático se estrelló en el aro y aquello llegó a su punto final, con la explosión del banquillo de los Bulls, con Jordan marcando un seis con sus dedos y Pippen llorando.
Jordan volvía a demostrar por qué es el más grande y volvía a cerrar la serie final con un 2-4, dejando a Stockton y compañía con la cara de pocos amigos. Y es que aquel partido era de los Jazz; fue un partido que se les escapó en los últimos cuarenta segundos por culpa del 23 de Chicago, que le dio la vuelta al marcador mostrando su gen competitivo, su raza implacable. Aquellos Jazz han sido el mejor equipo que nunca ha alzado un título de la NBA, y algo parecido podríamos haber dicho de los Knicks de Patt Ewing, que fueron los únicos que dejaron a los Bulls de los años noventa con la soga en el cuello, con unas series igualadísimas, llevadas hasta el séptimo partido y con polémicas varias. Con la excepción del campeonato del 95, en que Jordan vuelve a atarse las Nike para regresar después del primer retiro, con su famoso "He vuelto", en la postrera temporada, con la derrota incontestable de los Orlando Magic del ya imponente, aunque insultantemente jovencísimo, O'Neal.
Los Bulls conseguían su sexto anillo y volvían a copar, de nuevo, la NBA, con un equipo de ensueño y un entrenador, Phil Jackson, que sabía desenredar los hilos deshilachados de tanto ego desmedido (Jordan, Pippen, Rodman...).
Para los amantes al baloncesto y al deporte es muy interesante la visión que se da en el documental jordiano, The last shot, porque se hace un balance de las luces y de algunas de las sombras del baloncesto profesional, de lo que es realmente el deporte de élite, la fama y el estrellato, y sobre todo, la panorámica del hambre, de las ganas de ganar de Jordan, de los Bulls. Un equipo de otra era. El jugador de ensueño.
BS
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