El tiovivo en llamas (III)

Marzo del 2021. La pesadilla se vuelve un cotidiano hastío y el futuro aún le guarda muchas páginas negras a esta infumable e interminable pandemia. Volvemos a ser maniatados espectadores de una nueva ola; la cuarta ola. Seguimos trastabillándonos con el lastre; a cada pequeño y ligero paso hacia la normalidad se cruza en nuestra contra los enredos de las viejas restricciones, a los pocos días o semanas, y volvemos a cangrejear y a cortar por lo sano. Restricciones que aceptamos sin inmutarnos, por el bien común, una vez que asistimos impertérritos a la subida de contagios y fallecidos. El bucle de no acabar, que hace mella, que desgasta, porque estamos viviendo sin libertad, hipervigilados por nosotros mismos, encerrados. Podría ser 2021, podría ser 1984.

Muchos expertos sanitarios llamaron a la calma en noviembre del año pasado, con la tercera ola a la vista, e incluso en enero, cuando las primeras vacunas hacían acto de presencia y la esperanza de un verano en libertad, aunque no fuera plena, sin mascarillas, asomaba frágilmente por la ventana de nuestras vidas. Avisaron; habría repuntes por la "normalidad navideña" y pocos quisieron auscultar el mensaje que latía en el fondo, que era claro y evidente; hay que ser pragmático y prepararse para salvar las navidades del 2022, quizás el 2023. Quien más, quien menos, se puso la manta en la cabeza para que las navidades del 2020 fueran un paréntesis, un lugar de luces, encuentros, cariños y abrazos, porque era inconcebible vivir de espaldas a los nuestros por más tiempo. 

En enero, por entonces, tres meses atrás, el pico de la tercera ola obligaba al Gobierno a recrudecer las medidas; se volvieron a prohibir las reuniones, se cerró de nuevo, por enésima vez, a cal y canto, la hostelería, se restringió la movilidad; vuelta al encierro, al pan duro de cada día de este último y pesado año. Un confinamiento velado que nos permitía salir a trabajar, a comprar y poco más. La tercera ola tenía una causa evidente, un peaje que a casi nadie le importó pagar; decidimos unas navidades con la venda en los ojos, maquillando la realidad de color de rosa, de puertas abiertas, de encuentros y reencuentros familiares, de comercios y tiendas tibiamente controlados porque lo necesitábamos como el aire. Estar con los tuyos es también respirar, vivir. Estar con los tuyos es un salvavidas vital y emocional. 

¿Quiénes pagaron la factura? Nuestros abuelos. Nuestros mayores. El 80% de los fallecidos tenían más de 75 años. En España, el Sistema Sanitario sigue salvando vidas y manteniendo a un país, con sus constantes vitales estables, de pie, junto con los maestros, profesores, etc. Un paro desorbitado y una caída del PIB sin precedentes nos están dejando una crisis que además de económica y social, es también psicológica. El Sistema Público, aunque esté amortiguando la caída y la sangría del país, con una casi total desaparición del sector cultural, tiene a la Sanidad Pública perennemente en la primera línea de batalla, en el rodillo machacón de las horas sin descanso, con un perpetuo estrés (y la factura está por ver, porque el desgaste de este último año es incuestionable).

Las vacunas, que se convirtieron en la panacea mediática, aparecieron como el irremediable principio del fin de la Covid y nos embadurnaron en un rebosante y pegajoso optimismo. Las empresas que lidiaban con la fabricación de las vacunas sufrieron, como casi todas las cosas de la vida y de los directos, contratiempos, serios retrasos. Nos vendieron la moto, las cuentas de la lechera, la piel del oso... (el refranero es inabarcable). Tuvieron que recortar al poco los optimismos creados por el bombardeo mediático del countdown to extinction del virus, porque eran incapaces de dar a basto a la población europea, y por ende, mundial. No hay que olvidar tampoco que detrás de las vacunas hay poderes y política, y que, por ejemplo, en la mayoría de los países de África no hay un plan de vacunación, ni vacunas a la vista. Porque la vacunación es un proceso netamente occidental, y es también mercado, negocio, compra y venta. 

Y en un momento de pandemia, de tensión, Europa como ente político se mostró firme ante las tomadura de pelo. La primera voz de Europa, Ursula von den Leyer, avisó y amenazó rotundamente a la farmacéutica AstraZeneca porque no cumplen, ni cumplieron, con su palabra y con las dosis de vacunas acordadas. Además, el asunto se enrevesó más con las informaciones en que las que la farmacéutica le daba prioridad al Reino Unido frente a la UE, y esto con el brexit de por medio. La conclusión era clara; las vacunas estaban/están saliendo por la puerta de atrás de la farmacéutica rumbo UK sin que la UE, que pagó para que existiera dicha vacuna, supiera por donde desaparecían sus dosis. En estos momentos, además, los casos de trombos con estas vacunas, están provocando que se bloqueen, pausen y ralenticen las dosis, que crezca la desconfianza y el recelo. Tenemos un sinfín de suspicacias y miedos con una vacuna que, evidentemente, está creada a marchas forzadas y administradas masivamente sin un seguimiento exhaustivo. Pero deberíamos tener claro que la vacuna sin efecto secundarios es una utopía y que, a pesar de los pesares, es más idóneo vacunarse que no hacerlo. El fin (vida normal/salvar vidas) justifica los medios (casos esporádicos de trombos).

En España las vacunas se están administrando pero esos discursos de trileros en púlpito de que en octubre el 70% de la población estaría vacunada son ahora agua de borraja, un imposible. Actualmente son cerca de ocho millones las personas a las que ya se le han administrado la primera dosis (~16,5%) y son cerca de dos millones quinientas mil las que tienen las dos dosis (~5,3%). Y mientras vivimos con mascarillas y desconectados de las cifras y de Simón (que sigue saliendo cada tarde a poner los puntos sobre las íes, aunque las cifras nos saben a cartón mojado), nos hemos vacunado también de la sobreinformación y de la desinformación diaria sobre el coronavirus, contagiados, sus nuevas variantes, etc., porque todo tiene un límite y la vida en stand by se está haciendo eterna. 

BS

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