Brexit


       
BREXIT

Hace unas semanas que el brexit salió del limbo de las negociones para hacerse realidad. El Reino Unido, más desunido que nunca, salta del tren de Europa dejando un halo de pólvora que podría estallar en Escocia. Aunque para ser honestos, el principal acicate de Britania, Inglaterra, nunca fue como entidad política un país que abrazara el sentir europeísta, que alardeara de los movimientos europeístas, que abanderada el proyecto europeo. El Reino Unido, solapado por el dominio inglés, se habia acostumbrado a salir de perfil en la foto comunitaria. Por este motivo, las relaciones bilaterales entre UK y UE siempre fueron de amor y odio. De hecho, en la unión monetaria europea, entraba y salía, firmaba y dejaba de firmar, según soplase el viento de sus intereses. No quiso adentrarse en la aventura que supuso la moneda única para toda Europa, el euro. En definitiva, siempre ha estado con un pie fuera de Europa.

Sin embargo, este último, y ya definitivo, cambio de rumbo político viene enquistado. Supone, en primer lugar, sembrar incertidumbres en el futuro del reino a corto y medio plazo. ¿Qué va a pasar con los europeos que viven en UK, sus pasaportes y visados, los acuerdos y convenios con la UE, sus fondos, la libre circulación, etc.? Y en segundo lugar, el plato fuerte, que se le repite y que quizás se le atragante: Escocia, proeuropeísta, y que ya ha levantado la voz, la mano y el puño para reclamar su estatus europeo, para reclamar un nuevo referéndum (porque su permanencia en el Reino Unido, entre otros motivos, iba de la mano de la permanencia en la UE). Por no enrevesar el asunto aún más con los incendios que podrían producirse en Irlanda del Norte y Gibraltar...

El brexit no habría existido sin un nacionalismo fuerte. La victoria inesperada, el 26 de junio del 2016, partió a las Islas británicas por la mitad. El 51,9% de los británicos apoyó la salida frente al 48,1% que votó por el remain. Pero esta victoria tiene varias lectura. La primera es que en Escocia el apoyo fue masivo por la permanencia, con un 62% a favor. También fue contundente la respuesta de una Londres cosmopolita y diversa, donde el 55% votó a favor de seguir en Europa, a los que habría que añadir Irlanda del Norte (55,7%  a favor) y el caso flagrante del peñón, Gibraltar (95,9% a favor). La segunda es que el brexit solo puede entenderse desde una visión netamente inglesa, en donde no entraría la gran urbe, Londres, que fue y es rotundamente proeuropea. La Inglaterra profunda y costera, y Gales, son los que han desequilibrado la balanza a favor del brexit, la parte que ha decicido por el todo. Esto es lo que sucede en una democracia cuando se pone a votación un tema de este calibre, tan trascendente e importante, que provoca que un 1% puede sea crucial y determinante para el 100%.

Tampoco hay que olvidar, que después del triunfo del brexit, las primeras discusiones versaron sobre si el Partido Conservador y Unionista ha alienado a la población con noticias falsas, intolerantes, chantajistas y xenófobas. Demasiado barro, demasiado juego sucio. Incluso sobrevoló durante algunas semanas la posibilidad de hacer un nuevo referendum. Pero eran palos de ciegos de los laboristas. El nacionalismo histriónico inglés, como casi siempre, se salió con la suya. El botarate Borish Johnson, que fanfarronea con esa retórica tan particular e irónica, con su desaguisado y eléctrico pelo, con ese aire de monologuista, de Trump chirigotero sin gracia, solo ha sido/es el último títere del PCU, el que ejecutó lo que ya estaba sentenciado y votado;  el hasta la vista, Europa.

Los vendavales y desencuetros que han sufrido los conservadores por el brexit en los últimos meses derivó en una fuga tremenda de políticos de la primera línea del partido. El caso más paradigmático, sin lugar a dudas, fue el de la ex primera ministra Theresa May que dejó el cargo por la demostrada falta de apoyos, de transparencia, y de validez para solventar el laberinto en que se había convertido el brexit en los últimos meses. May desapareció, de la noche a la mañana, por la puerta de atrás del 10 de Downing Street.

Pero habría que recalcar, que a pesar de los estropicio y disparates, el Partido Conservador y Unionista ha arrasado en las últimas elecciones, el 19 de diciembre (con el 43,6% de los votos y mayoría absoluta en el Parlamento). Esta rotunda, abultada y aplastante victoria del PCU, de Boris Jonhson, junto con el deplome de los laboristas (a los que sus potenciales votantes tacharon de ambigüos y dispersos en la defensa de la UE), se debe entender como un gesto inequívoco a favor del brexit por parte de la ciudadanía británica (más bien inglesa).

Esta nueva vida, lejos de Europa, les traerá consecuencias a los británicos, sin ninguna duda. Europa tiene un nuevo reto también, debe enfrentarse a una nueva reestructuración, y sufrirá, porque esta salida puede, entre otros motivos, servir de acicate y promiciar futuras salidas que hagan que los cimientos europeos empiecen a quebrarse. Ya existen importantes partidos políticos en los principales países europeos (Alemania, Francia, Italia y España), partidos que defienden una ideología ultranacionalista, que van contra los principios y valores de esta unión de naciones que es Europa. Europa debe saber de donde viene y a donde va.

Europa pierde un país fundamental en lo social, cultural y económico. No tendría sentido que las nuevas relaciones entre la UE y UK fueran tensas, frías y distantes, porque en ese escenario todos saldríamos perdiendo. En la teoría, el PCU es partidario de un acuerdo con Europa sobre el brexit, lo que se ha llamado "un brexit con pacto", y no de una salida dura. Si bien en la práctica parece haber poca mano izquierda en el PCU y siempre sacan una contranegociación. A partir de ahora Reino Unido es un tercero, no un aliado, y no tendrá el trato de favor. Y mientras se quitan las banderas de la Unión Europea en las instituciones británicas, y las británicas de Europa, hay un país, Escocia, que es y se siente más Europa que nunca. Quizás por despecho, quizás por corazón. 

BS

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