Un equipo que nunca baja los brazos




                     
La selección de baloncesto obra un milagro en las semifinales del Mundial y se asegura la plata 

La selección de baloncesto ha callado muchas boquitas. Estará en la Final. Tras un partido de infarto, tras dos prórrogas, tras imponerse 95-88 a Australia. El tiempo de gloria de los últimos lustros sigue vigente, continúa, a pesar de las flaquezas del natural cambio generacional. En el 2006 ya fueron campeones. Ahí se cambiaron muchas tornas, y desde entonces España es un fijo con la triada del podio (oro, plata y bronce) en los campeonatos internacionales. La selección de este Mundial no tiene tanto talento como la de hace trece años, adolece del tiro de tres, de la magia. Sufre, como los demás equipos terrenales, para sumar puntos. Pero tiene la garra intacta, el mismo hambre de victoria. Esto lo hace, quizás, más meritorio.
Hoy se ha jugado uno de esos partidos que quedan para la posteridad, enmarcados, en la retina. Un partido que se suma a la tremenda paliza que le endosó a Grecia, que venía de dejar en la cuneta a la todopoderosa USA, en la Final del Mundial de Japón del 2006, en Tokio (70-47). También se suma a la Final Olímpica del 2012 con el Dream Team, todo All-Start, que las pasó canutas; sudaron la gota gorda para llevarse el oro. E incluso podríamos traerle a la memoria el partido por el broce en las últimas olimpiadas en Río (2016) con los australianos, un encuentro sufrido como pocos.
Hoy, el equipo del magnánimo director de orquesta Scariolo (que supo darle las claves al equipo, como la de nublar en la medida de lo posible a Mills), ha ganado a una Australia que ha jugado mejor durante los cuatro cuartos, que ha liderado el partido, por activa y por pasiva, y que tiene más muñeca. Una selección que cuenta con un Mills estelar, que sabe mezclar y adecuar a la perfección lo de jugar a las máximas revoluciones, metiéndole una velocidad de piernas inigualable, con la cabeza fría de un perfecto playmaker. Además, los rebotes de Ingles, Kay y Bogut, sobre todo los ofensivos, han sido un factor diferencial, un quebradero continuo de cabeza que dinamitaba las opciones de España. Una España de pico y pala. Una España de defensa y defensa. Y entre defensa y defensa, España, marcianamente, no se iba del partido y aguantaba el pulso al musculado armazón baloncestístico de los oceánicos. Pero a Australia le sobró el último minuto.
Su juego más maduro y estructurado no logró ahogar definitivamente al equipo español, a pesar de los intentos. Porque cuando nadie lo esperaba, en las últimas bocanadas, la selección de Ricky, Rudy, Marc Gasol y compañía, consiguieron la machada criminal, la sorpresa mayúscula. Se pusieron uno arriba incluso, tras estar treinta nueve minutos por debajo, aunque al final, tras una falta inexistente a Mills, el base tuvo dos tiros libres para ganar el partido. Mills, tras meter el primero y poner el empate, tuvo tiro de partido... y lo falló. El duelo, tras 40 minutos, se cerró inesperadamente con tablas. Repito: tras errar el último tiro libre Mills. El lanzador más fiable de Australia. Las cosas del balonesto. España tuvo el último disparo; Ricky probó suerte a la desesperada en el último suspiro desde mitad de cancha, pero su tiro se estrelló en el aro.
Marc fuen el gran nombre propio. Había estado desconectado en los partidos previos y volvió a liderar a un equipo que necesitaba de sus puntos y de su dominio para lograr un épico metal. MVP del partido y máximo anotador con 33 puntos. Pero el mérito es, ante todo, del equipo. Un equipo que siempre estuvo por detrás en el marcador, pero que no tiró la toalla, que remó, que luchó y luchó para que los australianos no se escaparan. España igualó, por segunda vez, la contienda, la primera prórroga. España esprimía sus puntos y sus defensas ante un equipo que tenía más argumentos, más finura.
La primera prórroga acabó con dos tiros libres de Gasol cuando el cronómetro agudizaba. Los hispanos llegaron a poner un +5 en el marcador de diferencia, pero Australia consiguió recortar los puntos. Lograron, incluso, ponerse dos arriba a falta de 15 segundos. La última jugada de España, con dos abajo, acabó con una falta sobre Gasol y cinco segundos en el cronómetro. Al experimentado pívot, recientemente laureado en la NBA, no le tembló el pulso y enchufó los dos tiros libres (8/8 en tiros libres) sin ruido. Australia tuvo cinco segundos para cerrar el partido, una segunda oportunidad, pero el muro defensivo de España hizo acto de presencia, como es habitual, y de nuevo, empate técnico y visceral. Las cosas del baloncesto (II).
La segunda prórroga fue un desenfreno para España. Australia se quedó sin gasolina, quizás, sin fuerzas para pelear. Llull se encontró con el triple, y en dos jugadas calcadas, puso un +8 a falta de dos minutos. España pudo degustar la comodidad de ponerse por delante, holgadamente, con un juego efectivo. Incredulidad y liberación a partes iguales. Ahí se acabó el partido. Las prisas llevaron a Australia al agujero negro, al abismo, al caos, a las pedradas. Las ganas por recortar puntos hicieron que se precipitaran, que perdieran la fe. A España le bastaba con mantener la calma, dejar, pasmosamente, que el tiempo se vaciara.
La selección se lleva otra medalla en otro Mundial. Esta medalla, pase lo que pase, tiene un valor tremendo. Es una proeza. Entre los motivos; no estamos con Pau, ni con el ya retirado Navarro (los dos mejores jugadores que ha tenido el baloncesto español). Y solo había una manera de recuperar todo el talento perdido; luchando, corriendo, saltando, defendiendo y reboteando cada jugada como si fuera la última. Dando el 110%. Y la suerte, que cayó al lado, la pelearon como nunca, la agarraron con uñas y dientes.
La España en la que nadie creía volverá a llevarse una plata como mínimo. El oro depende de ellos mismos. Una recompensa tan extraordinaria como merecida, tan increíble como cotidiana.  
B S

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