¿No hay nada que hacer?

Cada año, cada verano, asistimos a la cascada de noticias infernales que nos narran y alarman de que nuestro planeta, no es que esté al borde del precipicio por la contaminación y el cambio climático, sino que estamos ya rodando inexorablemente por él. Y cada año, en inquebrantable consecuencia, escalamos en el dantesco ranking de las temperaturas. Cada vez más altas, con una lógica funesta, aplastante e irremediable. 
Nuestro clima, hoy, es más inestable, más crudo, más caluroso, más bipolar. Soportamos olas de calor para inmortales, sequías bíblicas, gotas frías extraordinarias e inundaciones inauditas. Tenemos un sinfín de incendios desmadrados, repartidos por los cuatro continentes. Y los políticos no paran de hacerse la foto, poniéndose de perfil.

Los meteorólogos, los científicos, los ecologistas, llevan años avisando de los descosidos, y tienen que aguantar cómo su batalla, con datos y conocimiento, queda en suspense, en entredicho, por las opiniones absurdas de los títeres negacionistas. Todo gracias a ese manoseado principio por el cual todas las opiniones son válidas y respetables. Pero esto no es cierto, es una falacia como un piano. No se puede colocar en el mismo escalón la opinión improvisada, interesada y demagógica del ignorante bocachancla, que para colmo es el que más ladra, confunde e incendia, con la opinión metódica y veraz del profesional, del experto. Da la sensación de que el conocimiento, los datos contrastados, las pruebas fidedignas, no importara. La soflama vacía, si está bien empaquetada, con el lazo de turno, puede ganar la batalla. Algo que ya sabíamos. De ahí que los imbéciles vayan en manada (negacionistas, antivacunas, terraplanistas y un largo etcétera).

El factor innegable es que la inevitable contaminación de este mundo capitalista y consumista provoca el aumento de las temperaturas, que el clima sea más seco, y que los incendios sean cada vez más destructivos y correosos. Junto a las diatribas negativas, económicas y sociales (por no hablar de lo acostumbrado e inmunizado que estamos con los desastres climatológicos). 

Sufrimos sin remedio, con pasividad, con estoicismo, la llegada del previsible verano más cálido de la historia, del invierno más cálido de la historia. No nos importa tanto. Nada de esto provoca tanto enfado como que tu equipo de fútbol pierda el partido del domingo. Y es que se han jugado partidos de fútbol en Gran Canaria y en Brasil mientras las cenizas flotaban por el estadio, mientras el fuego arrasaba con los terrenos colindantes.

En muchos países europeos la tradición de partidos políticos ecológicos, los llamados partidos “verdes”, ostentan un peso histórico medianamente consolidado. Son partidos sólidos, pero no mayoritarios, que están vinculados con los idearios de los partidos de izquierdas, por lo general. Pero la dicotomía entre derecha e izquierda, en esta lucha por la sostenibilidad es absurda. 

Vivimos encadenados a las cosas, a la diosa internet, a aparatos que necesitan electricidad. Todo lo que se consume es humo. Las boinas negras de las grandes urbes es el reflejo del tráfico y la masificación, y también del bienestar.

Solo nos queda ser kantianamente responsable, mitigar la contaminación y sus efectos. Hay que cortar con el usar y tirar, con el plástico innecesario, con el tirar por tirar (cada día se tiran a la basura toneladas de deshechos, y de comida que no está en mal estado, y se destruyen materiales y ropa para crear nuevos materiales y ropa). Somos unos siete mil quinientos millones de personas en el mundo. En los últimos cuarenta años la población se ha duplicado y todo apunta a que cada año seremos más y más.

Debemos repensar nuestro modo de vida, nuestra economía, nuestras sociedad. El hombre, si por algo se destaca es por su inteligencia. Y es probable que cuando tengamos literalmente el agua al cuello y los problemas por sequía, calimas, incendios, sea un problema de supervivencia, de vida o muerte, daremos lo mejor y lo peor de nosotros.  Y en esa lucha, estará por ver quién sale vencedor.

BS

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