Vistazos (X)


Évole da un paso al lado

Desde hace once años, Salvados, es el programa más trascendental e imprescindible de La Sexta y uno de los más potentes de la parrilla televisiva. El lugar de entrevistas con más colmillo y verdad tendrá un punto y aparte. Évole da un paso al lado y dejará de ser el santo y seña, dejará de ser la imagen icónica del programa.
Salvados se había convertido en un fijo imprescindible de las noches de domingo, en el programa de entrevistas más influyente, actual y entretenido, con contenidos que miraban a la actualidad y a los problemas de la calle. El programa es uno de esos reductos en donde se habla, se escucha y se aprende, donde participan la voz de las víctimas y de los verdugos. Donde se parte por la mitad la política de este país para que veamos sus entrañas, sus cloacas, sus actores, las sucias (y las menos sucias) estratagemas. Salvados se había erguido como el rebenque de politicuchos trapicheros, desenredando los conflictos económicos y sociales que recorren el mundo, por arriba y por abajo, para que veamos tras las nieblas y las marabuntas de los poderosos, quienes son los buenos, y quienes son los malos y por qué de estos hay tantos.
Évole es un periodista taimado, capaz de tejer una tela de araña de reciprocidad, de amabilidad, de empatía, dejando que el entrevistado de turno se sienta cómodo por la cercanía que transmite y propiciando que resbale, que patine, que naufrague, que se le escape la verdad de la boca, o que se le salga la verdad por los poros aunque no quiera, porque la hipocresía tiene sus puntos flacos y sus grietas. Un maestro del ritmo, del swing, del verbo, del periodismo afilado y reivindicativo. Évole, en el ring, sabe cuando debe golpear con toda la fuerza de su derecha verbal.
La locomotora principal de ese periodismo de preguntas, respuestas, estrecheces, argumentos y lenguaje no verbal, que hasta este último domingo presentaba Jordi Évole, tendrá un punto y aparte. Évole dejará de abanderar a su buque insignia, al que ha sido su programa vital, por la trascendencia, por el empuje, por el descaro y, sobre todo, por esa capacidad que tiene Évole de apretar las tuercas, de ajustar las cuentas, con esa sonrisa desajustada, sin que el entrevistado se dé cuenta.
En la mayoría de las ocasiones, Salvados, conseguía pisar el destino al que pretendía llegar, dejando que hasta los silencios de sus entrevistados se escurrieran en gritos de incomodidad ante las preguntas certeras e incómodas. Durante los once años de vida, nos ha dejado escenas míticas, entrevistas necesarias, insólitas, como las que mantuvo con Felipe González, Julian Assange, Maduro, el Papa, sin olvidar su falso documental sobre 23-F, el documental Astral sobre las pateras y la inmigración ilegal, que le dejó en shock y que seguramente ha sido el programa que más le ha roto.
Deja un largo etcétera de momentos, de careos, y sobre todo, de pluralidad, porque siempre han buscado la diversida, los diferentes puntos de vista, y se han preocupado por intentar darle la palabra a los involucrados, a las diferentes posiciones.
Salvados seguirá latiendo con el micrófono y la picardía más sibilina de Gonzo, aunque Évole seguirá vinculando como productor, conectado con la productora El Barrio.
Évole tiene un manejo en el cara a cara natural, que es lo que le diferencia del resto. Ese es su fuerte. Eso no se compra. Ha dejado entrever que seguirá en la brecha, empuñando el micrófono. Y más pronto que tarde Évole volverá, con otro programa, con diferente contexto y tono, pero con la misma esencia. Tendrá a mano la llave inglesa para apretarle las tuercas a las injusticias, para que veamos las caras, los gestos, las palabras y los silencios de quienes las provocan.

La Champions neurótica

La Champions es una competición que sale de lo cotidiano. Hay muchos factores que hacen que sea un torneo con una gran dosis de caos, que sea impredecible. No debemos olvidar que la Champions, tras dejar la fase de grupo, funciona por eliminatorias, se premia más el gol en campo visitante que en campo propio, por ejemplo. Eso, y mil y una pequeñeces más, hace que haya desequilibrios, que no siempre gane el mejor. La prueba más evidente de todo ello es que hay una multitud de equipos que han ganado el título continental con la suerte de su lado, sin ser el mejor equipo, pasando por una o varias tandas de penaltis. Pero una vez dicho esto, podemos decir que en el fútbol hay muchas maneras de jugar, que no siempre el que mejor juega gana, y que además hay muchas maneras de ganar, y por tanto, un sinfín de maneras para caer.
Hace una semana Messi era el indiscutible Gran Dios del Fútbol, dejaba un doblete en el Camp Nou y su gol milimétrico de falta directa, desde treinta metros por toda la escuadra, se convertía en una obra de arte y sellaba un 3-0 que era una losa para los ingleses. El Liverpool lo dio todo, no recibió nada. El testarazo del argentino dejaba prácticamente sentenciada la eliminatoria. Los culés, esa noche, adelantándose a los acontecimientos, compraban las entradas para la Final en el Metropolitano, sin más dilación, porque un 3-0 era impensable que se fuera por la alcantarilla en el partido de vuelta… Pero se fue.
Ese partido de ida fue un encuentro desajustado, extraño. El Liverpool jugó un gran partido, tuvo ocasiones para meter uno o dos goles, e incluso podría haber ganado. Se llevó un castigo impropio. El partido de vuelta se abriría con un marcador imposible. Nadie contaba conque el Liverpool le diera la vuelta. Sin embargo, Kloop creía, y su equipo, sin Salah y Firminho, sin dos de las piezas más destacadas de los reds, creía. Iban a dar la cara. Y después de 180 minutos, el Liverpool se llevó la eliminatoria por 4-3, con merecimiento.
Hay que llevarse las manos a la cabeza ante un vuelco semejante, hay que dar gracias de que en el fútbol existan partidos como este, porque son los partidos que hacen grande a este deporte. Un partido que tiene recuerdos lejanos de aquella final mítica, para enmarcar, del 2005 entre el Milán de Kaká, Maldini, comandado por Ancelotti y el Liverpool de Benítez y Xabi Alonso, en la que los ingleses se fueron al descanso con un 0-3 en contra, consiguiendo la machada, empatar 3-3 el duelo antes del pitido final, para posteriormente conseguir llevarse el título en los penaltis.
De nuevo corroboramos que el fútbol es un estado mental y colectivo. El Barça tuvo ocasiones claras para hacer un gol en Anfield. Un gol, por mísero que fuera, lo habría dejado todo, o casi todo, atado. Pero el Liverpool estaba en Anfield, you’re never walk alone. Era su día, todo salía. Se habían cambiado las tornas; todo el castigo y el sinsabor que sufrió, todos los balones que no entraron en el Camp Nou, entraron ahora, con una facilidad pasmosa.
El Barça no cayó de pie. El cuarto gol reflejó, mejor que ningún otro gol y mejor que ningún otro momento, que no estaban en el partido, que era un equipo roto, deshecho, perdido.
Después del partido y de la debacle del Barça corrieron un sinfín de titulares en donde se criticaba y ridiculizaba a Messi. Pero son críticas sin fundamento, porque Messi fue el mejor de su equipo, el único que se salvó, el único que creó peligro, el único que puso algo de fútbol y fue el que lideró y movió al Barcelona. Dio dos asistencias, a Alba y a Coutinho, que eran medio gol. El Barça era un equipo sin respuesta. Valverde poco pudo hacer con un equipo desmantelado.
Al Barça se le volvieron a subir las vergüenzas y el fantasma de la Roma, de la eliminatoria del año pasado, de aquella hecatombe que dejó secuelas. Pero esta vez duele más, porque es en el partido de vuelta de unas semifinales. El Liverpool les pasó por encima, les minó la moral.
Este partido, esta remontada, ya forma parte de la historia de la Champions, de las páginas doradas del Liverpool. 
Otro año más, el Barça se quedará sin la orejona, sin el triplete. Y otro año más, el doblete (si no se le atraganta un Valencia centenario que irá con todo) tendrá un sabor amargo, porque este tipo de derrotas, estas palizas en los partidos claves, te dejan con la cara desencajada. Valverde no seguirá en el Barcelona el año que viene por este partido. Pero también tienen que hacer autocrítica, perfilar a nuevos jugadores con ADN Barça y que le den vida y aire en los momentos claves, porque ni Coutinho, ni Dembelé, han destacado como se esperaba.
Kloop, por su parte, fue decisivo porque no dejó que su equipo bajara los brazos, que el 3-0 de la ida influyera. Se presentó en su feudo con valentía y pundonor. El Liverpool es un equipo que no se rinde, que da la cara. En la final le espera otro equipo inglés, el Tottenham, que se metió en la final en el último segundo con un gol de Moura, que además, realizó un hat-trick, dejando al Ajax con la miel en los labios.
Visto lo visto, el Liverpool presenta más juego, físico y velocidad que Los Spurs. Los reds son más candidatos para ganar la Champions, siguiendo los pronósticos. Pero ya sabemos que eso de adelantarse a los acontecimientos no sirve, que en el futuro  no encontramos siempre lo que esperamos, que deriva en divergencias, en cuadraturas circulares. La historia no está escrita.

B S

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