Un día más en la oficina
Un día más en la
oficina
Hace
más de diez años que Rafa Nadal lleva ganando partidos y recolectando torneos
de Másters 1000 y Gram Slams. Como tal cosa. Salvo excepciones, pasa por las pistas como un sunami. Casi tres lustros, que dan para
mucho. Nosotros hemos tenido días y días de sol, de lluvias, de palos y
sonrisas, días de oficinas, de cambios de pareces… la vida nos ha envejecido y
nos ha tambaleado y recolocado, con sus durezas, con sus grandezas.
Hemos tenido días buenos y días malos, en definitiva, y Rafa Nadal, mientras
tanto, a lo suyo, ha seguido venciendo, cazando puntos,
sets y partidos. Inalterable. Yo he pasado, literalmente, media
vida, asisitiendo a cómo Rafa gritaba vamos, doblaba el brazo, cerraba el puño, dejaba al rival noqueado.
Este domingo, ya con el 2019 dando sus primeros pasos, Rafa jugará una nueva
final, en el Open de Australia, algo que por ser cotidiano no deja de ser
extraordinario. Se verá las caras con Jokovic, otro viejo rockero, por cierto. Y no importará que gane o pierda, porque eso ya es otra
historia.
El
tenista de Manacor lleva sentado en el escalón de la élite tenística desde su
adolescencia. Se ha sobrepuesto a todo tipo de derrotas, a todo tipo de lesiones,
y aunque por momentos, los resultaros, su cabeza y su juego, le postraron a la
segunda línea del tenis profesional, y la sombra de la duda se cernía sobre él,
siempre ha vuelto, como un jabato, soltando a la fiera en la pista cuando se
requería. No hay nada que le valide tanto como su capacidad
de resolver las adversidades, sobre todo cuando nadie apostaba a que volvería a
ser número uno, cuando estaba lejos de ser el mejor Rafa, y los periodistas
intentaban vendernos que estábamos ante la caída de una leyenda. Muchos le
querían colgar la raqueta cuando no ganaba finales, pero llegaba a los cuartos
de finales, o a los octavos de finales de los torneos más importantes del tenis
mundial. Es decir, se le quería dejar en la cuneta siendo un top ten, o acodado
con los diez o quince mejores tenistas del mundo. Pareciera que estar entre los
veinte mejores jugadores del mundo era una pantomima, algo sin mérito, algo que
puede hacer cualquiera, que está al alcance de cualquiera que se ponga a
echarle horas a una raqueta. Siempre me ha dejado estupefacto como en el runrún
general del populacho se desprestigia a los deportistas que no ganan títulos o
medallas, pero que han tenido una vida deportiva ejemplar, y han estado entre
la élite de su deporte, sin llamar la atención, pero estando entre los mejores.
La
opinología gasta muchos laureles cuando Rafa levanta un trofeo, pero se vuelve
implacable, maquiavélica, y pierde el tacto, y agudiza una crítica, que por
darle el titular y la llamada de atención, se recarga y bombardea con la
literatura del desprestigio. Se ha criticado, con una impotencia robusta, con
una frialdad odiosa, cuando perdía un partido de cuartos de final, y se nos
panfletaba con que Nadal estaba acabado. Además, para refrescar los contextos,
la élite de un deporte tan competitivo como el del tenis necesita de una
dedicación absoluta, y Nadal, lo sabemos por los comentarios de su tío, lleva
soportando dolores de todo tipo, porque lleva años exponiendo, sobre todo el
físico, a una dureza tremenda, debido a la cantidad de partidos que hay en sus
piernas. No es un camino lleno de rosas. Aunque no todo va a ser llorar. Rafa
Nadal, ha hecho del deporte que ama su estilo de vida, y tiene asegurado la
pensión de sus nietos y tataratataranietos, pase lo que pase.
Hemos
sido afortunado porque los contemporáneos a Nadal, hemos asistido también a un
pura clase como es Federer. Problamente, en el futuro, será casi misión
imposible, que en el tenis coincidan dos jugadores como ellos, durante una cadena tan prolongada de años. Los dos son muy
diferentes, pero son complementarios. Federer es la sonrisa, la técnica, la clase, la exquisitez, el ballet, y Nadal es Roland
Garros, la mordiente, la tierra, la lucha, la última gota de sudor. Aunque la próxima final, será con el serbio, que también tiene un hueco entre estos dos gigantes de la raqueta.
Lo
mejor de todo, es que aún nos queda algún último baile pendiente entre estas dos antologías, y no se descarta el bis. Los roqueros nunca mueren, me reitero. Y sí, esta canción, este dueto, empieza
a ser el clásico de los clásicos. Y los grandes clásicos permanecen perennes en el tiempo.
B S
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