Rusia es azul y España un maniquí roto


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Rusia es azul 
y España un maniquí roto 
Francia consigió levantar su segunda Copa del Mundo, aguarle el sueño a la peleona Croacia en la final, y España volvió a dar la cruz, muy poca cara, palos de ciegos, cayendo en octavos

Hace cuatro años, en el Mundial de Brasil, España no pasó de primera ronda, lo engulló un agujero negro. El Mundial de Brasil, fue, incontestablemente, blanco, para Alemania. Ocho años atrás, en el primer Mundial que pisaba continente africano, en Sudáfrica, España destiló un fútbol de ensueño. Maravilló. Sudáfrica fue un rojo clamoroso. Este año, este Mundial de Rusia 2018 que ha acabado hoy, es azul, es francés, sin medias tintas.  

España, partiendo de los antecedentes, ya jugó de pena en Brasil, en el Mundial del 2014. La selección no pasó de primera ronda. Holanda primero, y Chile después, le pintaron la cara a la roja. Aquello acabó como el rosario de la Aurora. Fue el adiós de Vicente del Bosque, que desapareció por la puerta de atrás. Nos despedimos de una generación imborrable, legendaria. La generación que se coronó, a nivel mundial y continental, con una racha hegemónica de seis años; dos Eurocopas (2008 y 2012) y un Mundial (2010). La generación del tiki-taka, elevado a su máximo esplendor; Xabi, Xavi, Iniesta, Villa, Puyol, Casillas, entre otros. Este verano del 2018, la selección, que se devoró a sí misma con el caso Lopetegui, a dos días vista para que comenzara el torneo en Rusia, fue una sombra. Jugó a pasar el balón, a verlas venir, a aburrir. Sin metas ni objetivos. No había fe, ni garra, y con la motivación dosificada, a cuentagotas, no se puede hacer algo grande. Y es que para ganar un Mundial, hay que darlo todo y más, creérselo. España fue un maniquí roto que pasaba por el campo con el balón con una desidia apabullante. Fernando Hierro no supo motivar a sus chicos, ni ofrecer otras alternativas de juego. No supo sacar lo mejor de los jugadores. Y es que en el fútbol, son los jugadores los que, al fin y al cabo, dan la cara. España se va con un baraje escueto: cuatro partidos, tres empates y una victoria, que fue, paradójicamente, gracias a un gol de rebote de Diego Costa. De Gea estuvo disperso e inseguro. Hemos jugado un Mundial con un portero que no estaba en su mejor momento, y Fernando Hierro, no sabemos si por cabezonería o por principios, no supo verlo. Y salvo Isco, que al menos intentaba encararse de vez en cuando, y alguna filigrana que no siempre llegaba a buen puerto, y quizás Diego Costa, que marcó tres tantos, los demás jugadores del combinado estuvieron interpretando el papel de manera justita, sin liderazgo, sin carácter. Todos se conformaban con sacar un cinco. Era una selección perdida con un 70% de posesión. Pudieron dar más de lo que vimos, eso es seguro. Tan seguro como que hablar desde el sofá de tu casa es muy fácil, y que cualquiera se convierte en el mejor seleccionador de la historia.

En la roja se palpaba una desidia, y yo diría que hasta un cierto desánimo/astío generalizado. Como le ha ocurrido también a Alemania o a Argentina. Selecciones que costaba reconocer en el campo. También cabría preguntarse por los inabarcables calendarios criminales que sufren muchos de ellos, con partidos cada tres días. Aunque todo eso no deja de ser una excusa. A veces el desgaste, no es tanto físico, sino mental.

Rusia envió para casa a la selección española en los penaltis, en los octavos. Ahí se acabó nuestro papel en el Mundial. Bye bye Rusia. Hasta la próxima. Fue una pena. Y para ser honestos, Rusia no hizo nada, salvo defender. El tanto en propia puerta del defensor ruso Ignasevich, que pugnaba con Sergio Ramos, tras un centro envenenado de Asensio, fue contrarrestado con una mano de Piqué, tan inocente como innecesaria, que provocó un penalti que acabaría transformando Dzyuba. Muchos esperaron a que apareciera De Gea y le callara la boca a más de uno, parando el penalti, pero no. Fue De Gea. España tuvo mucho tiempo por delante para paliar la situación. Le quedaba toda la segunda parte, y una prórroga completa, para solventar la papeleta. Pero el juego de pases de bochorno veraniego en la medular, solo dio lugar para escuetos percances, para darle a los rusos tres o cuatro sustos, y algún microinfarto, sin importancia. El fútbol se convirtió en siesta. Hierro retrasó hasta la imbecilidad los cambios de Aspas, que se había ganado en el campo participar con más minutos, ya que ha sido un jugador que estaba bendecido con el gol. La entrada de Rodrigo revolucionó con velocidad y entradas al área, cual cuchillo. Aireó el ataque de la roja, pero Rusia defendía con alma, uñas y dientes. Y quién sabe si con Putin. Llegaron los penaltis. Y como todo el mundo sabe, los penaltis los carga el diablo... Falló el que nunca fallaba, en el momento más inoportuno, en el quinto penalti; Aspas. También Koke, que dejó obnubilado a Diego Costa, que vislumbró el fatídico desenlace de su colega colchonero. Chéryshev metió el penalti decisivo para los locales; Rusia para cuartos, España para casa.

Habrá que esperar cuatro años para confirmar si volvemos a ser la furia mojada que siempre acaba a las puertas de los cuartos de final. O peor, esa selección que no planta batalla, desdibujada, que es doblegada en octavos por cualquier rival, o vernos en la tesitura de ni siquiera realizar un alarde extra de última hora para pasar de la fase de grupos. O, si por el contrario, consigue dar guerra, y vuelve a escalar entre los principales candidatos para conseguir un nuevo título, y llegan, al menos, a pelear todos los partidos, todos los minutos. A llegar a estar, de nuevo, entre los equipos que se parten la cara. Ahí donde no hay nada que reprocharse si se pierde.

En este mundial, grandes selecciones se han dado un batacazo de altura, tremebundo. Empezando por Alemania, que estuvo desaparecida, que no pilló billete para octavos. México, y una Corea del Sur, que necesitaba un milagro, la dejaron en la cuneta. Siguiendo la lista de fracasos estrepitosos, nos encontramos con la Argentina de Messi. La albiceleste fue una selección caótica, sin líneas, sin ideas, sin juego, sin líder, sin el diez. Argentina estuvo más distraído con las borracheras y las soflamas del narcótico Maradona, de sus palabras de viejo chocho-loco, que de su propia selección. Brasil, por su parte, una de las sempiternas candidatas a conquistar el título, acabó su peaje en cuartos, frenados por el equipo belga. La Brasil de Neymar y Coutinho, una de las principales favoritas, dio la cara, pero no fue suficiente. Bélgica derrochó talento, buen juego, y solo Francia, en semifinales, pudo dejarle fuera de su objetivo. Inglaterra estuvo cerca de llegar a la final, pero la Croacia de Modric, Rakitic y Manchkic, dejaron a los ingleses sin botín. En el partido que nadie quiere jugar, en esa pelea desinflada por el tercer y cuarto puesto, Bélgica, sin demasiados alardes, se llevó el bronces tras vencer por 2-0 a la Inglaterra de Harry Kane, que no estuvo sobresaliente, pero sí notable. Ambos combinados, dieron visos de aspirar a grandes hazañas en el futuro; son dos selecciones que pueden aspirar a todo, que tienen amplio margen de mejora.

La Francia de Griezmann y Mbappé, llegaron a la final pasando por encima de todas las selecciones con las que se cruzaron. Fue la selección más solvente. No olvidemos que ya quedaron subcampeones de la Eurocopa, hace dos años, y que a diferencia de último campeonato internacional, contaron con un nuevo avalista de cinco estrellas; Mbappé. Un chico de diecinueve años que corre como un antílope con el balón, que Recuerda a Ronaldo, el brasileño, y que con espacios, es un asesino letal. A parte, cuenta con la magia de Griezmann, un nueve refencial como es Giroud, y una defensa, que aunque a veces hace aguas, sale favorecida en el intercambio de golpes. Croacia, por su parte, destiló juego con quilates, pera a tramos. Llegó a la final pasando a los cuartos y a semifinales favorecidos por la lotería de los penaltis. Y en semifinales, consiguió llevarse el gato al agua, imponerse a una Inglaterra con mimbres y potencia. Un gol de Mandzukic en la prórroga desenredó el 1-1 del partido y dejó todo listo para la sentncia final.

La final tuvo igualadas pretensiones, pero minuto a minuto, Francia iba desenrrollando su tela de araña, dentro de su juego de ataque-control, y difuminando a una Croacia de autogestión y arreones. El primer gol, paradojas del destino, fue de Mandzukic en propia puerta. El héreo de las semifinales contra Inglaterra, se convertía en el villano inesperado para los suyos, en un centro medido sobre el punto de penalti. Perisic empató cuando los franceses aún estaban celebrando el primer tanto. El partido se encaminaba a uno de esos partidos de golpes y contragolpes, un partido de fútbol espectáculo. Y Francia tenía más papeletas, más peso, más balas en la recámara. El segundo gol francés no vino exento de polémica. Subasic comete un penalti con una mano tan dudosa como escatológica. El VAR, primero, y el árbitro después, tras tantear la acción durante unos minutos, acabó pitando penalti. La mano es clara, la intención es discutible. Así apareció el segundo gol de Francia, de penalti, transformado por Griezmann. El VAR ha venido para quedarse, pero no estaremos siempre de acuerdo sobre si una mano es voluntaria o involuntaria. Se abre la interpretación. El penalti fue más castigo que el que demuestran las imágenes, y que, inevitablemente, condicionó el partido. Tras el penalti llego el descanso. Un 2-1 justo antes del descanso. En la segunda parte, el frente francés siguió a lo suyo. Fue un rodillo. Consiguió ponerse 4-1, sin demasiadas estratagemas, con un gol de Pogba, primero, y otro de Mbappé, después. El partido podría haberse convertido en un festival francés, pero Croacia sacó fuerzas de flaquezas, mostró pundonor, y Mandzukich, tras un fallo infantil de Lloris, maquilló el duelo y dejó el 4-2 definitivo. Un 4-2 final que lo dice todo. Francia fue justa campeona, solventó sus partidos y sus eliminatorias con grandeza y suficiencia, y arrolló por solidez y por calidad en la final. Un equipo que trabajó, que corrió, atacó y defendió, y que tiene jugadores rebosantes de compromiso y talento. Los Mundiales no caen del cielo. Francia se cose su segunda estrella en el pecho. Francia levanta el título dorado por excelencia veinte años después.

BS

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