El Día de la Marmota



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El Día de la Marmota
 
 La situación en Cataluña sigue en un estancamiento interminable. El referéndum para el 1-O ha sido tumbado por el TC, aunque El Govern seguirá adelante, con la ruta pactada. Ni Rajoy, ni Puigdemont, trabajan en una alternativa. Y miestras tanto, los independentistas, inundan las calles, en cada Diada.

En el córner izquierdo lado, pantalón rojigualda, el Imperio de la Ley, Inmovilismo, la Constitución inquebrantable y eterna, Rajoy en siesta, los chorizos del PP. En el córner derecho, pantalón estelado, Junts Pel Sí, los corruptos de CiU, ERC, la Independencia cueste lo cueste, aunque sea por un voto de diferencia, Cataluña para los que se sumen a su carro independentista; pan duro y ajo, sin agua, para el resto.

Pensamiento único, sin fisuras, en ambas hinchadas. Nacionalismo, mires por donde mires. Hasta la extenuación. Los lugares comunes salen a flote en metáforas diseñadas; los insistentes choques de trenes, el precipicio, el laberinto... El procés es un diálogo de dos sordos que ladran demasiado, sin descanso. Dos robots programados para estamparse, que siempre dicen lo mismo; Rajoy y Puigdemont. Tal para cual. Cada uno es una pieza clave que extiende sus tentáculos, con sus medios afines, con sus cruces de soberbia y odio. Dos bandos determinados que hacen mucho ruido; los españolistas anticatalanistas y los independentistas antiespañoles. El resto, "la mayoría silenciosa", observa desde los márgenes, como el volcán está cerca de la erupción.

Los generadores de ruido se olvidan del resto de la población, los que no simplifican las cosas en un sí o en un no, los que no necesitan hacer alarde de una entidad o de otra. Tanto Rajoy como Puigdemont se retroalimentan mutuamente con sus intransigencias, con su inmutable planteamiento. No hay lugar para el encuentro porque, sencillamente, no están dispuestos a ceder ni un ápice. Ni uno ni otro está dispuesto a rebajarse la más ridícula de las pretensiones. Es más, ambos buscan aplastar al adversario, a dejarlo en ridículo, sin miramientos. Ambos quieren dar un escarmiento ejemplar. No quieren debatir, no quieren llegar a ningún tipo de acuerdo porque no les interesa.

Ayer hubo nueva Diada, rebosadas de esteladas, como viene siendo habitual en los últimos años. Rajoy y los suyos no pueden ponerse la venda en los ojos indefinidamente, mirar para otro lado mientras Cataluña sigue en un polvorín político. Rajoy le resta importancia, como si la independencia fuera un capricho político de cuatro iluminados. Se equivoca; cerca del 48% está a favor de la independencia (cerca de dos millones de catalanes), y más del 50% de la sociedad catalana (de los votantes, ya que hay una gran parte que se abstiene y que no acude a las elecciones) desea y reclama que se pueda dar espacio para un referéndum legal y vinculante, con garantías, que se abra, de una vez por todas, un nuevo proceso para delimitar un nuevo lugar para Cataluña, ya sea dentro del Estado español, ya sea fuera.

Uno de los problemas, en este tejemaneje, en este tira y no afloja, es que los independentistas quieren una independencia, por las bravas, en el que solo cuentan los independentitas. La leyes que se han aprobado en el Parlament, excluivamente con los independentistas, para realizar el referéndum, para construir el futuro estado catalán, solo responde a los intereses independentistas. Una locura precipitada, improvisada. Un Estado no puede crearse si no hay una mayoría necesaria para ello. Está por ver tal escenario. También habría que plantearse, si, tras un referéndum vinculante, una de partes gana por un estrecho margen. Qué es lo que debe hacerse. No tiene sentido jugársela al todo o nada. Aún no sabemos si los independentistas tienen tanto apoyo como para que puedan fumigar con su idea nacionalista a la sociedad catalana por completo. Tampoco sabemos qué pasaría con aquellos que no son independentistasy y que quieren seguir formando parte de España. La independencia es una utopía, un destino que es más tortuoso y complicado de lo que venden, aunque no es imposible. 

La encrucijada en la que permanentemente vive Cataluña, ha propiciado un enfrentamiento desde el odio, desde un sentimentalismo visceral. Parte de los medios españoles, de la sociedad española, lanza mensajes envenenados con un odio feroz y ardiente, con una actitud anticatalana que satura, con un nacionalismo español exhacerbado. Y lo mismo en Cataluña, donde el odio también late y se presenta, en ciertos sectores independentistas, con miras xenófobas y antiespañol, con lemas como los de "España nos roba". Nacionalismo sobre nacionalismo. Demagogias y falacias.

Coscubiela, portavoz de En Comú Podem, lanzó hace unos días un discurso en el Parlament para dejar constancia de que siempre va a defender la democracia y que no es aceptable que una mayoría se imponga ante las minorías que viven en la sociedad catalana. El político catalán, sindicalista y con una implicación política y social de décadas, recibió el apoyo de los partidos que conforman la oposición. No es que esté en contra del referéndum, sino de cómo va a establecerse y de las decisiones sin consenso que está tomando JPS. Pero lo más preocupante, es que después de que diera su discurso, parte de su equipo le dio la espalda. Coscubiela dejará la política al acabar la legislatura. Todo por decir lo que piensa, por defender a las minorías marginadas. Su discurso sobre la libertad y la democracia levantó recelos. Un reflejo más de la situación neurótica que se vive en Cataluña, donde un discurso en favor de la pluralidad y del deber democrático resulta que es una bala envenenada e incomprendida. Una bala que, paradójicamente, se ha vuelto contra él, por defender todas las voces de la sociedad. Porque por mucho que quieran maquillar las cosas, Convergencia ha sido el partido que más ha robado y que más políticas de derechas ha establecido, y que la nueva Cataluña, si es con CiU, ya está siendo vieja porque proviene de una hampa que para nada está ausente de los movimientos de los que mueven los hilos actuales en Cataluña. (Para Oriol Junquera, el fin está justificando los medios).

Hay mucha tela que cortar al respecto. Que la gente vote, y que se decida, entre todos, es democracia, pura y dura. El referéndum debería hacerse, si ese es el deseo de los catalanes. Otro asunto es que ese refedérum esté copado, maniatado y dirigido por los independentistas, como está ocurriendo, y que siempre que se habla del proceso, nunca se hable y se debata sobre las ventajas de seguir en el Estado español.

Raphael Minder, corresponsal del New York Time, ha publicado, este mes, un libro sobre la situación de Cataluña, The Struggle for Catalonia (La lucha por Cataluña), en donde cita al catedrático Ramón Maiz Suárez, que comenta que “si preguntas a los catalanes cuál es la principal razón por la que luchan por la independencia, dicen ‘el maltrato’. El factor realmente potente es emocional; la idea de que España nos odia”. Por tanto, el odio se está convirtiendo en el principal motor para hacer política.

No queda lugar para la alternativa, es irremediable que se tenga que moldear la Constitución, el Estado de Autonomías. Cataluña debe tener voz y palabra sobre sus reclamas, de eso no tenemos dudas. Quizás para algunos sea un drama un referéndum por la independencia. Más drama exite, sin embargo, en las mordazas, en la censura, en las imposiciones, en las guerras. En este caso, como en otros tantos apartados de la vida, la democracia cae también en contradicciones. En Cataluña, actualmente, existe una coyuntura singular. Dentro de España todos, se sientan cómo se sientan, tienen su parcela social e institucional, su representatividad, sus tejes y manejes. Con una hipótetica independencia no está del todo claro el espacio que ocuparán los "unionistas", aquellos que se sienten catalanes y españoles. Los políticos deben buscar soluciones. Soltar "no y no" y defenderse con una Constitución de hace 40 años es inasumible. La gente está por encima de la Constitución, las constituciones existen por y para la gente, y la Constitución debe actualizarse, porque los tiempos y las circuntancias cambian continuamente. Cataluña deambula en una situación insostenible, sin un destino claro, sin plan B. Pero no toda la culpa es suya. El Estado, al respecto, debería replantearse la situación, ofrecer algún punto de entendimiento. También JPS. Si no hay movimientos, si permanecen en este enroque infinito, el colapso llegará. Más pronto que tarde. El futuro pinta cada vez más negro.

Se está dividiendo y enfrentando a la sociedad por pensar diferente. Se está cegando a la ciudadanía con las banderas mientras la política sigue en manos de familias mafiosas, que desde tiempos inmemorables han estado chupando del bote, mientras el paro y los recortes ahogan y debilitan el sistema del "bienestar".

B S

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