La Música Siempre Se Queda



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La Música Siempre Se Queda

Leiva y Capitán Cobarde ofrecieron un recital en Almendralejo
 
   El pasado viernes 7 de julio actuaron en Almendralejo Leiva y Capitán Cobarde. Leiva vino a darle voz y vida, en directo, a su último disco, a Monstruos (2016). Después de ser una de las piezas piramidales para que Sabina lanzara Lo niego todo (2017), tras producir al genio de Úbeda, ha vuelto a la carretera, a colgarse la Fender por los escenarios que haga falta, con la Leiva Band. A soltarnos a sus monstruos, sus trovas. Capitán Cobarde ―anteriormente archiconocido como Albertucho― nos presentó su último y reciente giro musical, de este 2017, Carretera Vieja, un disco que sigue en la onda de sus anteriores trabajos; el directo homónimo Capitán Cobarde (2015), Alegría (2012) ―aún como Albertucho―, y que ya podía presagiarse, incluso, en Las palabras del Capitán Cobarde (2010).

   Capitán Cobarde ha ido aparcando las guitarras eléctricas, los ritmos aguerridos, y se ha decantado y enfundado en sonidos acústicos, en el fuego lento, en la camisa, el chaleco y una barba barbechiana. Otra actitud, otra  forma de enfocar. Ahora adquieren protagonismos otros instrumentos como el banjo. Sus nuevos devenires musicales se difuminan en los compases country, en el folk y en el flamenco. Sigue haciendo música de altos vuelos, sigue en la carretera. Letras inconfundibles; sello propio.

   Capitán Cobarde abrió el show. Mostró y desmontó su repertorio más reciente, ofreció un show intenso, repasando y destellando, en la medida de lo posible, todo su recorrido musical. No faltaron a la cita canciones de su etapa primeriza; canciones icónicas como “El pisito”, “Descuida”, o “Mi estrella”, del decimonónico Que se callen los profetas, con que se abrió al público, hace ya trece años. Un debut everestiano, de vértigo. Capitán Cobarde fue un telonero de lujo, no defraudó. Por supuesto, sus recientes creaciones amenizaron la noche almendralejense; “Aire”, “Sucedió”, “Una flor”, y tampoco se pasó por alto “Jovencito Frankestein”, “Alegría”, la icónica “Capitán Cobarde”, su retrato particular de Sevilla “La primavera”, o la canción de amor blusera “La gata”.

   Capitán Cobarde y Levia son dos tipos a los les llevo siguiendo la pista desde sus comienzos. Como me pasé seis años en Sevilla, por cercanía, era difícil no acodarse con la música de Albertucho, uno de los referentes de la capital hispalense, uno de los imprescindibles de aquel festival de Extremadura, que ya cerró sus puertas, el Extremúsika. A Leiva lo descubrí, como tantos otros, con el tercer disco de Pereza, Animales (2005), era inevitable. Antes de ese 2005, Leiva y Rubén estaban en ese momento en que se iniciaba la vorágine; el destino empezaba a coserles vestidos sobreengalanados. Sin olvidar los daños colaterales; atosigamientos, fotos, entrevistas, y los vendajes inevitables de focos de la fama. Adiós al anonimato. Las facturas de asentarse en la primera plana del éxito.

   Leiva desenfundó su recital con “El último incendio”, la canción con que se desata Monstruos. Repasó su trabajo más reciente, sin dejar en la cuneta sus anteriores trabajos en solitario, ni tampoco, varios temas míticos de Pereza. No faltaron los grandes clásico de su rulada solitaria, como “Terriblemente cruel”, “Eme”, “Los cantantes”, “Guerra Mundial”, “Sinceridio”, “Miedo”, o “Palomas”. Estuvo de lujo acompañado, con una banda inmejorable; sonido soberbio. En la Liva Band se acopla su hermano Juancho ―líder de Sidecars― y Niño Bruno ―un batería omnipresente que se va de bolos con Calamaro o Fito o con quien haga falta―, entre otros tantos. También le dio cuerda a “Lady Madrid”, “Windsurf”, “Todo", para dejar en alto estatus a la nostalgia.

   Al igual que Capitán Cobarde, Leiva también ha bajado las revoluciones rocanrroleras con los años, ha pasado de Keith Richards a los sonidos de John Lennon. Juega más con los espacios, con la instrumentación. Se ha pulido en otros apartados, ha subido las prestaciones, la fineza, la profundidad, la valentía. Porque ahora nos habla de sus flaquezas, de sus ansiedades, de sus debilidades, en sus letras. Hay más verdad ―aunque no todo lo que se diga en una canción tiene que interpretarse y definirse al pie de la letra, como hecho verídico―. Pólvora (2014) es uno de los discos más crudos y viscerales que te puedes echar a la cara. Ya dejó a un lado la máscara del prototipo desfasado y chulesco, aquel tipo que se desenvolvía con Animales, con la pose teatralizada de viodeclip, con la máscara del rock star

   Se sigue colando la electricidad rolling stoniana en sus disco, pero ahora sabe calcular, elegir los momentos, las bajadas, las subidas, el freno de mano, los saltos sin red, los desenlaces. Su música ahora es más polivalente, más redonda, más mimada. Y sus letras son nuestras, nos identifican, nos atrapan.

   Y después, con la suerte y los avatares, acabé en los camerinos codeando con unos y otros. A saber: Alberto es un tipo dicharachero; Juancho es un tipo risueño y amigable ―le apasiona también Keith Richards, la música, y el vagamundeo―, y nos habló a los presentes de ese erotismo extraño que envuelve a un tipo de doscientos años ―K.R.que no pierde la ilusión ―ni el bolsillo, por supuestopor tocar de nuevo, por subirse al escenario. Leiva estuvo al fondo del camerino, en paz, al margen, en su particular fase rem. Se tomó con calma acostumbrada los remolinos de fanes y fotos, aunque no hubo mucho atosigamiento. Yo, por mi parte, intenté no dar la turra a unos, y me infiltré en las conversaciones, sin forzar la maquinaria, sin ser un agonía. Y así acabamos compartiendo reflexiones sobre Maradona, sobre el Atlético y el Cholo, con el personal, con el propio Leiva, al que le recordé aquel concierto en Don Benito de Pereza, cuando eran unos chavales que aspiraban, simplemente, a vivir de la música desconociendo que ya estaban de camino de grandes hazañas, subiendo la cuesta, como lo están hoy, pero con una diferencia; ahora alcanza a ver todo lo que ha quedado atrás. Su apodo viene de un ex futbolista del Atlético, de Leivinha. Leiva, después de que le recordara sus subida hacia el extrellato me soltó que "lo importante es el camino, el recorrido". Ha tenido suerte, puede vivir de su música. Y es la música la que siempre se queda.

   B S

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