Un Partido para Rebobinar
El
Barcelona consiguió la gesta. Consiguió levantar el 4-0 en contra de la ida, en aquel
partido fatídico en que fue vapuleado por el PSG. Pero el equipo de Luis Enrique dejó pasmado al personal, con un 6-1 ―antología―, para disipar
las dudas sobre qué equipo es el que más ciega, quién no tiene imposibles.
Urgido
por las prisas de meter los goles, el Barça descuidó el juego y las
exquisiteces, se limitó, casi exclusivamente, a bombardear con centros al área
enemiga, por doquier, y triangulando en las inmediaciones del perímetro
parisino, en los últimos tres cuartos de cancha. El primer gol de Suárez fue un
churro mayúsculo, en el minuto 2, de rebote y de pillo, y sin embargo, fue menos rocambolesco
que el segundo tanto blaugrana, en el que un taconazo de Iniesta ―después de que la zaga fuera más blanda que el pan―, sin un
destino claro, acabara rebotando en las piernas del defensa del PSG Kurzawa y colándose dentro de
la red (min. 40). La primera parte acabó de esa guisa, con un 2-0 a favor para los culés;
la mitad del trabajo estaba sellado, la remontada empezaba a otearse en el horizonte. El PSG en
stand by.
La
segunda parte siguió con menos dominio del Barça. El PSG abrió las líneas, presionó
más arriba, propiciando un toma y daca, en el que el PSG se sentía a la par, y parecía salir con más
papeletas para ganar. Era la sensación que flotaba. El Barcelona se lo jugaba todo a una carta, y tiró al all in.
Messi puso el tercero desde los once metros (min. 49), tras un pentalti de Meunier sobre Neymar. Más tarde, Cavani avisó estrellando el cuero sobre la madera.
El partido se congeló tras el gol de Cavani, en el 60 del cronometraje. El marcador alumbraba el 3-1. Los sueños de remontada
comenzaban a esfumarse. La historia pudo haberse cerrado para siempre si Cavani hubiera enchufado un segundo tanto o si el árbitro hubiera pitado un
penalti sobre Di María de Mascherano. Pero nunca es lo que pudo haber sido. Parte del
público, incluso, con el 3-1, dio por finiquitado el tinglado, y se marchó escaleras abajo, para saltarse los atascos, dando por buena la
actitud del equipo, a pesar de la eliminatoria. El 4-1, el gol de Neymar, en el 88, con un lanzamiento de falta prodigioso, que se cuela por la escuadra, quitando las telarañas, no era más, a priori, que un buen gesto de voluntad. El 4-1 solo indicaba eso, que el equipo dio la cara, que iba a morir matando. Y se
agradeció.
Y
cuando nadie daba un duro por el pase del Barcelona, llegó la fe de Neymar, que prevaleció sobre la lógica. Curiosamente, Neymar, que llevaba un largo trecho perdido en una irregularidad aplastante. Cuatro minutos después, en el 92, marcó desde
los once metros ―penalti en la que fue necesaria la colaboración y la ceguera arbitral, porque
pitó un penalti ficticio sobre Suárez, quien se maca un piscinazo de mala comedia―. Aquello propició que la esperanza se hinchara de
nuevo; lo último que se pierde. 5-1, minuto 92. Al menos iba a quedar una jugada más. ¿Por qué no creer? Tres minutos después, a
la postre, el propio Neymar cuelga un balón al área, templado, en el 95, y Sergi Roberto
salió a darse un baño con la historia, a enchufar el sexto tanto; 6-1. Se
encendió la locura final; minuto 95, Sergi Roberto. Final del partido. Tres goles en siete
minutos; éxtasis glorioso en el Camp Nou. Messi, que no estuvo a su nivel, deja, por esta vez, una foto para los devenires.
El
PSG salió a guardar la ropa, a poner la guagua en la portería, a buscar algún
contraataque y a esperar a que los minutos pasaran. Contaban con el
99,9% de posibilidades. Los fallos arbitrales son otro factor que decide
partidos. El PSG salió escaldado con el bagaje arbitral. La cruz. La cara: el Barcelona. Todo fue viento en popa para el equipo blaugrana, un
Barça en que apenas brilló su máxima estrella, Messi. El planteamiento del PSG fue tan
cobarde que acabó por salirle caro, desastroso, ridículo. Emery no daba crédito desde el banquillo. A
los del PSG se les quedó, irremediablemente, la cara de ñu.
Y es
que dentro de unos años, cuando Messi cuelgue las botas, nos quedaremos
huérfanos de magia, y serán otros los futbolistas y los equipos que levanten los trofeos, los que
dominen en Europa. Pero no seremos pocos, los que pasados más años todavía, echemos
la vista atrás, al retrovisor, y dejemos una media sonrisa tildada de
nostalgia, y soltemos aquello de “yo vi jugar a Lionel Messi” ―incluso en los partidos en los que estaba un poco apagado―, con una
profundidad que nuestros nietos no alcanzarán a comprender.
BS
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