Mujeres


En el 2005 Manuel Vilas (1962) publicó Resurrección, un pequeño poemario, que pasó sin pena ni gloria por las librerías, como la mayoría de los libros de poesía. El libro se abre con un poema ―un cañonazo― titulado “Mujeres” que se despliega con trazos en relieve y palabras como puños, plasmando la desigualdad del siglo XXI, el machismo velado que se extiendo sobre la cultura y la sociedad. Un poema que luego ha sido revisitado, frecuentado y reconvertido por muchos otros, que han plagiado la penetrante respiración con la que el poema recorre el ambiente, la profundidad con la que se abre paso, pero sin ofrecer la misma contundencia primigenia, la misma sutileza de lo cotidiano, el optimismo acérrimo que no quebranta ante las barreras impuestas. Los tiempos van cambiando, pero más allá de nuestras fronteras mentales, que inevitablemente se han nutrido de una cultura llena de contradicciones, músculos audiovisuales y curvas de mercadotecnia, aún quedan mujeres que siguen siendo más pequeñas que los hombres, el peldaño de abajo, la uña rota, el ojo morado que calla, la carne en venta. B. S.


MUJERES

No las ves que están agotadas, que no se tienen en pie, que son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades. Con el matrimonio, con la maternidad, con la viudedad, con los golpes, ellas cargan con este mundo, con este sábado por la noche donde ríen un poco frente a un vaso de vino blanco y unas olivas. Cargan con maridos infumables, con novios intratables, con padres en coma, con hijos suspendidos. Fuman más que los hombres. Tienen cánceres de pulmón, enferman, y tienen que estar guapas. Se ponen cremas, son una tiranía las cremas. Perfumes y medias y bragas finas y peinados y maquillajes y zapatos que torturan. Pero envejecen. No dejan las mujeres tras de sí nada, hijos, como mucho, hijos que no se acuerdan de sus madres. Nadie se acuerda de las mujeres. La verdad es que no sabemos nada de ellas. Las veo a veces en las calles, en las tiendas, sonriendo. Esperan a sus hijos a la salida del colegio. Trabajan en todas partes. Amas de casa encerradas en cocinas que dan a patios de luces. Sonríen las mujeres, como si la vida fuese buena. En muchos países las lapidan. En otros las violan. En el nuestro las maltratan hasta morir. Trabajan fuera de casa, y trabajan en casa, y trabajan en las pescaderías o en las fábricas o en las panaderías o en los bares o en los bingos. No sabemos en qué piensan cuando mueren a manos de los hombres.

                                                                                                                                            Manuel Vilas

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