Los tiempos han cambiado



Colay y Carmena
   Ada Colau ha sido investida alcaldesa de Barcelona en el Saló de Cent mientras por la ventana acudían los gritos de la gente que se agolpaba en la plaza de Sant Jaume; los "¡sí se puede!", el grito de batalla, del nuevo comienzo. No hacía falta decir nada más. Colau, visiblemente emocionada, con una sonrisa que rebosaba corazón y agradecimiento, al borde de las lágrimas, sostenía el bastón que simboliza lo increíble, que la ciudad de Barcelona está ahora en las manos de Barcelona en Común. Pero hay más, lo que se palpa detrás, una marea que tenemos que frotarnos los ojos para creérnoslo del todo, que deja las banderas aparcadas.

   Una escena difícil de imaginar hace escasos años, cuando Colau recogía firmas para la PAH y presentaba un proyecto de ley en el parlamanto en contra de los deshaucios y ante las tasas sobradamente abusivas de las hipotecas. Avaladas por 1,4 millones de firmas, la Iniciativa Legislativa Popular fue aparcada por el gobierno de Mariano Rajoy. La propia Unión Europea calificó de "ilegal e irresponsable" la actitud de los bancos puesto que en multitud de casos sobrepasaba con creces el valor real del inmueble, dando un tirón de orejas al gobierno del Partido Popular por consentirlo. La propuesta de ILP se llevó un gigantesco y soberano portazo, seguido de un silencio atronador, una suerte de abandono. Se realizó un intento de maquillaje que fue un nuevo proyecto de ley de antidesahucios, con la participación exclusiva, de quién si no, del PP. Ese fue el resultado de los acontecimientos. El rechazo seguramente le sirvió a Colau para autoafirmarse, para no rendirse. No hace tanto de eso, cuando era ella la que de manera casi anónima coreaba "¡sí se puede!", y batallaba, por los desahuciados, jugándose el pellejo por ellos, encadenándose sin parar, sin callar, sin dudas ni miedos. Y palmo a palmo, con prudencia, ha asaltado Barcelona como si tal cosa, el objetivo que al final le marcó el destino. Ella no preparó el guión, simplemente asumió con coraje ser la cara visible del golpe que daría lugar al cambio en la política de este país de choques cuadrados y de sobrados Lazarillos.

   En Madrid, otra mujer de incontables guerras, asume como la cosa más natural del mundo la alcadía de la capital. Por la mañana, antes de la investidura, había invitado a su casa a Pepe Mújica y a su esposa para compartir desayuno y reflexiones. Y así ha ocurrido en cientos de pueblos y ciudades que han abierto las ventanas y han sacudido el polvo de la política añeja. ¿Quién va a creer en los lobos que venden ciudades ardiendo? Nadie, porque son ellos mismos los que hechan leña al fuego.


   Miro sus fotografías en la prensa, la de Ada Colau, la de Carmena, y encuentro un salto

abismal entre ellas dos y las falsas caras de los demás, de los inservibles, los vendehumos, aquellos a los que les faltan segundos para salir corriendo a coger y recoger la copa de champán, los que se hacen llamar eternamente a sí mismos "políticos" y que se quedarían entermanete dando las chapas soporíferas con su peculiar clase de ignorantes engreídos y cabeza sobradamente levantada. Tiene gracia verlos cabizbajos, verles la cara de peleles baratos sin los focos ni los micrófonos, ver a los que han repetido las mismas historias, que se han malvendido en mil mentiras, en las ocurrencias, por primera vez atrás. Sienta de puta madre verlos en la tercera fila, en el banquillo. Observar a los espantapájaros ofuscados no tiene precio. Se acabó el ejército de sombras, migrañas y monigotes, adiós a Esperanza Aguirre, Trias, Carmona, Junqueras, Rajoy, Pedro Sánchez, Ana Botella, Mas, Zoido, Barberá, y a un largo ecétera... 

   Miro las fotografía y qué bien sentaría que gente como Colau o Carmena asaltaran la presidencia de este jodido y desajustado país, que hoy, al menos, me parece que es menos de pandereta.

                                                                                                       Bruno Sánchez

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