Tras los acelerones de la Navidad



            El despertador rompe en el aire, subimos las pestañas, las persianas. Atrás quedan los disfraces de rey mago, los maquillajes excesivos, reaparecen Manuel, Julia, Paco… por Melchor, Gaspar y Baltasar. Desconcierto en las tiendas de ropa, jugueterías, perfumerías. El Chanel nº5 no evita el olor a descompuesto, lo camufla, si acaso. Más caos, reposiciones, regateos, canjeos. Hay muchos Reyes Magos y poca magia, últimamente. Los mismo gallumbos por navidad, o al menos juraría que son los mismos... Sí, son los mismos.


Nadie mira la pluma en su baileable descenso, su tenue caída de livianos gestos, ni se fijan en si la luna ha engordado esta noche, si tiene resaca, si se acordó de alguien que no ve desde hace siglos. Tampoco es necesario. Los árboles se deshacen de sus hojas cuando los días de perros trocan en la reiteración, aguantan desnudos las inclemencias, los ladridos. El frío solidifica las cosas.


Uno da cuerda, otro se cuelga de ella. Las ventas de motos no siempre coinciden con el gusto del personal, habrá que renegociar la vuelta de la plata, trapichear, descambios y recambios. Seis de cada diez regalos se despachan de nuevo en el mercado de segunda mano. Justo cuando las rebajas aparecen al 50%. 


Las botellas vacías, los que fueron un día cigarros perfectamente empaquetados pasan a colillas, humo, cáscaras y cabezas de gambas por todos lados. Dejar un aliento de ultratumba para mal de la conversación. Tienes que decir algo supremo, superior, con tal alitosis encima, hermano. Entra el año nuevo, como siempre, por la puerta grande, bien engalanada, nuestros mejores deseos, más cabezas de gambas. Las gargantas han abierto para tragar más de la cuenta, el resto del año aguantamos otras cosas también. Volveremos a tropezar por otras piedras, a fumar tras prometer que lo dejabas, a dejarlo mil veces y a recaer. El encanto de las montañas rusas. Como la vida misma. Perdonar es sano, olvidar también, pero hay que discriminar lo que se olvida y lo que no, lo que no quiere decir que haya que convertirse en autocomplacencia, en gilipollas integral.


El gorro de Papá Noel pasa a la historia, pronto habrá un nuevo anuncio de Coca-cola, el mundo gira a la misma velocidad, a 29,5 km/s, aunque cada vez le cuesta más arrancar.  El día menos pensado lo dejará a un lado... la indiferencia. Hablo de la tierra, no del gordo. Pero las rebajas están a la vuelta de la esquina, corre, otra vez, no se puede parar esta espiral de engranaje autocomprador, obedece a tu destino, a tu tele, ella nunca te dice nada, por eso gana. Un presidente dice algo sobre las mejoras de su país para este año, que pisa, como los demás, más fuerte que nunca. Suena ridículo. Una euforia contenida y malgastada, una foto, cabeza de gamba, leer un texto que ha escrito otro.


Volvemos, dejamos a un lado los estupendos deseos de año entrante. A alguno, por estadística se le caerá la misión al suelo. La tostada, si cae, lo hace por la cara untada, pero todo tiene limpieza, aderezo y viceversa. Aguantar el atasco, el pinchazo, el chillo, el guantazo, lo consustancial. Si hay que gritar que se confunda con la música a todo trapo. Por favor, vivan a todo tren un rato a la semana al menos. Descarrilen. Que la locura frene la pena. Girar el dial, que la radio se vuelva familiar, cercana, otra vez, escuchar con cierto grado de curiosidad el tambaleamiento del planeta, ponerle cara, nombre y apellido a los títeres, y mirar por la ventana qué tal se pone el día, parece que el sol se cura un poco del ajetreo. El coraje puesto, por supuesto.


La esperanza mueve montañas, pero es la pobreza quien hace que se esparzan las personas por los hormigueros del norte, como ceniza soplada, los que dan abasto y portazos.


No confíes en un tramposo, no apuestes por el caballo cojo. Miremos como lo haría un ciego. Miremos al que intoxica al mundo a la cara y metámosle un puro.


La vuelta al trabajo, pagar el peaje, aparcar el coche en el mismo sitio o cercano al mismo, cruzar las mismas calles a la misma hora, la rutina, el café con sabor a café pero sin la monserga ideal de una alma amiga errante, cercana e ida, que, aunque de extrarradio, siempre le da una línea entrañable a cualquier blanco u oscuro asunto. Las almas errantes, de extrarradio, son eficaces, morrocotudas, prodigiosas. Lo del café va aparte. Sin azúcar nada es lo mismo. Aún espero a que me suelten de verdad que vale 21 euros. Atesorar ilusión hasta el último suspiro.

                                                                                               Bruno Sánchez

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