El efecto mariposa

Era 1914, un 28 de Junio a las once de la mañana. Ahí se paró el reloj… o simplemente lo hicieron pedazos. El tiempo y los cristales volaron por los aires a la par. Un joven bosnio de diecinueve años afinaba una respuesta con su revólver para establecer el pistoletazo de salida a la inminente primera gran guerra. Cuarenta días después la guerra se hace I Guerra Mundial. Se cumplen cien años del atentado de Gavrilo Princip.

Los acontecimientos cruciales, esos que son marcados en fluorescente o subrayado en los libros de historia, surgen infinidad de veces de un desliz, una mala traducción, un error de cálculo, un despiste o incluso del acierto. Un pequeño detalle desencadena a la postre abismales consecuencias. El efecto mariposa tiene tal distintiva actuación; de una mínima acción (causa) se pasa a un gigantesco hecho (efecto), por distintos avatares de imposible rastro, sin que pueda otorgarse una relación posible entre el origen y el monstruoso desenlace. Encender la mecha conlleva −salvo ridículo fallo− la colosal explosión.


En este caso el desacierto fue meramente humano. Una trivial equivocación en la ruta del conductor que transportaba al futuro heredero del Imperio Austrohúngaro. A lo que se suma un anónimo pistolero que ve pasar ante sus incrédulos ojos y ante los ojos de su tibio café el sentido de su vida −sin que hubiera atisbo de ello en el cuento al cual estaba vendido.


Cara a cara con el imprevisto, frente a frente ante el feroz enemigo, dos balas precipitadas, tanto para introducirlas en el cargador como para dispararlas, un cañón que apunta, un dedo que se contrae, una mente que se reafirma, un gatillo que se doblega, un sentido que cobra el precio de la razón, dos disparos que aciertan en la representativa diana, una multitud espantada, gritos, dos caídos, sangre azul.


Sucedió junto a la pastelería de Moritz Schiller, que endulzaba los paladares de algunos testigos fortuitos. Convertida ahora en museo de aquel suceso. El disparo marca un punto y aparte en la historia. Es difícil establecer cómo un hecho puntual condiciona las estrategias geopolíticas. Igual simplemente acelera los hechos que inevitablemente debían suceder. O supone la excusa perfecta que tanto esperaban “los establecimientos” de turno para justificarse de cara al espectador, subir el telón, teatralizar el show y montarse en el peor desperfecto.

El desencadenante: Gavrilo Princip, bosnio de 19 años, asesina al archiduque Francisco Fernando, heredero a la corona del Imperio Austrohúngaro, y a su esposa Sofía, en Sarajevo. Los motivos fueron ideológicos.


La historia la escribe los vencedores, es lo que escuchamos frecuentemente cuando nos ponemos a debatirla. En este caso nos encontramos con un “don nadie que lo cambió todo”, como afirma Tim Butcher. Princip fue un nacionalista bosnio que deseaba la independencia del país balcánico −entonces Yugoslavia−, su liberación con respecto al imperio centroeuropeo. Formó parte de grupos terroristas organizados como La Mano Negra y Joven Bosnia (Mlada Bosnia). Creía en la diversidad y unidad de Yugoslavia, apostaba por la multietnicidad de su país. Mecánico de profesión, de familia humilde, siempre chapoteó junto al charco estancado de la miseria. Sus familiares se mantienen resistentes hoy día, en el tira y afloja, por dignificar el nombre de su antepasado.


La interpretación del asesinato tiene dos caras. Echamos a girar la moneda en el aire. En una cara nos encontramos con aquellos que consideran que el asesinato fue un dardo crucial en el cuello del gigante invasor que provocó, aparte de la guerra, que Yugoslavia consiguiera la independencia. Bien es cierto, que con infructuosos resultados, maniatado a un agrio devenir entre pugnas internas y sociales. En este primer asalto, las voces del público corean el nombre de su héroe victoriosamente –el sentir de la mayoría serbobosnia. Otros divergen de esta proclama y consideran que Princip no es más que un asesino, un terrorista, el culpable de encender las luces rojas de la barbarie, que daría lugar, a la postre, con la muerte de millones de personas –el sentir de la mayoría bosnia.


El 28 de Junio, curiosamente, es el día nacional de Bosnia, el día de San Vito (sí, se trata del santo bailongo). El país rememora la pérdida de la independencia frente a los turcos en 1389 en la batalla del Campo de los Mirlos. Una sutil coincidencia, ¿no creen?. El sentido ideológico define preponderadamente qué cara de la moneda es la que se asemeja más a la nuestra, aunque la moneda sea falsa.


                                                                                                             Bruno Sánchez

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