A jaula abierta

Nunca lo entenderé. Personas al fin y al cabo y de cabo a rabo (y hasta el
rabo todo es toro, tócate los machos) que acaban por dar cierre y poner seguro
candado al vuelo. Los pájaros pasan a
estado vegetal, a lechuga. Siempre
se hace bola el planteamiento. No debería caber en cabeza humana, y en la mía, por suerte,
en mi cabeza, aún no tengo a un mono tocando los platillos.
Palos, horizontalmente incrustados, colocados en una pavorosa jaula de barrotes metálicos, espacio que no suele superar, en el mejor de los casos, los veinte centímetros cuadrados. Colosal insensatez, cráneo previlegiado que diría el borracho valleinclaniano. Son admiradores de Mourinho (o dedo en el ojo ajeno). Tienen gripado la zona sentimental hallada en el cráneo, en la zona mentanfálico de Hisrbert.
El movimiento silvestrista, quienes
comulgan con la afición de la caza y captura de las aves se establecen
legalmente en nuestro panorama. Uno de los objetivos es la de lidiar con el
objetivo de hacer fusiones y mezclas y experimentos (en principio dentro de los
marcos legales) con el categórico fin de preservar o potenciar una especie en
concreto y de conseguir un pájaro “mejor dotado” (no va por los machos) mediante
fusiones cuidadas y elegidas, potenciando a un mejor Pavarotti.
En
alguna parte, ya sea por intuición o genética, en el fondo de toda ave hay un
anhelo de infinito. Todo
pájaro es en esencia un grito por extender sus alas y perderse entre nubes y
montañas.
Eva
Animaleja
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