A jaula abierta





Los silvestristas tienen la afición, el insolente deleite de capturar aves. Les valen agrestes o rurales, después viene maniatarlas y “cuidarlas” en “cautividad”. La broma se pone de moda, los concursos de cante ya han llegado a la fauna amigos. Tócate los machos. Los principales perjudicados son los jilgueros y canarios, junto a Enrique Iglesias, al que le sale competencia.


Nunca lo entenderé. Personas al fin y al cabo y de cabo a rabo (y hasta el rabo todo es toro, tócate los machos) que acaban por dar cierre y poner seguro candado al vuelo. Los pájaros pasan a estado vegetal, a lechuga. Siempre se hace bola el planteamiento. No debería caber en cabeza humana, y en la mía, por suerte, en mi cabeza, aún no tengo a un mono tocando los platillos.

         Palos, horizontalmente incrustados, colocados en una pavorosa jaula de barrotes metálicos, espacio que no suele superar, en el mejor de los casos, los veinte centímetros cuadrados. Colosal insensatez, cráneo previlegiado que diría el borracho valleinclaniano. Son admiradores de Mourinho (o dedo en el ojo ajeno). Tienen gripado la zona sentimental hallada en el cráneo, en la zona mentanfálico de Hisrbert.


El movimiento silvestrista, quienes comulgan con la afición de la caza y captura de las aves se establecen legalmente en nuestro panorama. Uno de los objetivos es la de lidiar con el objetivo de hacer fusiones y mezclas y experimentos (en principio dentro de los marcos legales) con el categórico fin de preservar o potenciar una especie en concreto y de conseguir un pájaro “mejor dotado” (no va por los machos) mediante fusiones cuidadas y elegidas, potenciando a un mejor Pavarotti.


En alguna parte, ya sea por intuición o genética, en el fondo de toda ave hay un anhelo de infinito. Todo pájaro es en esencia un grito por extender sus alas y perderse entre nubes y montañas.


                                                                                                 Eva Animaleja

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