Un imperfecto D10S


Nunca he entendido la trascendencia que se ha cimentado sobre Maradona. Que flotara por encima del bien y del mal. Ha sido un elegido en el fútbol, un excelso compañero de batallas sobre el césped, pero también ha llevado a cuesta la cruz de la droga, del alcohol, a pecho descubierto, sin olvidar que en su vida personal y familiar ha sido un infiel esposo, un conflictivo padre, un desdichado y enajenado ejemplo. No entiendo esa mitomanía que existe con un exfutbolista que se ha metido de todo y que acabó fulminado y sancionado varias veces por ello. Él mismo se cortó las piernas. Y después de retirarse, se ha pasado media vida en los tablaos de los desfases, dando, en muchas ocasiones, vergüenza ajena, con un coro que lo alentaba y que no siempre lo querían.


Ha vivido un Show de Truman constante, rodeado de cámaras, periodistas, parásitos y fanes. Y mucho dinero. Pero no ha sido, para nada, un Dios. Aunque, quizás, sí fue una víctima de la sociedad y de sí mismo. De ahí que se diferencie entre la persona y el personaje, que se hable de Diego (jugador) y Maradona (personaje).


Siempre que retorcemos el dilema sobre si el hijo de puta nace o se hace encontramos las mismas preguntas que revolotean insistentemente; ¿hasta qué punto la sociedad influye en las personas?, ¿hasta qué punto la sociedad condiciona a las personas?  


Maradona ha trascendido al fútbol, a lo social. Se ha convertido en una deidad de la sociedad argentina, en una fe, con su propia iglesia. Un hecho extraño, estrafalario, que enajena. Un suceso tan sentimental como exagerado y esperpéntico. Lo que denota unas carencias de líderes sociales tremendas, una falta de guías en las sociedades preocupante. Solo así puede comprenderse la humeante magnanimidad y omnipresencia de Maradona. De ahí esa defensa irracional por un hombre que destacó por jugar muy bien al fútbol y que como persona ha sembrado miles de oscuras sombras.


Ha sido un excepcional futbolista, un virtuoso del balón, un malabarista. De eso no tenemos dudas. Para muchos excompañeros, periodistas y contemporáneos ha sido el mejor futbolista que se ha visto sobre un estadio, una persona cercana, pasional. Pero en las opiniones subjetivas siempre encontramos verbos inflados y dosis inaguantables de irracionalidad. Y ahora, tras su muerte, serán muchos los que le tiren flores de más a lágrima viva. Yo, personalmente, creo que ha sido un jugador con momentos estelares pero ha sido irregular, y también, poco profesional. Ha sido un deportista que ha manchado prácticamente toda su carrera futbolística de episodios negros con la droga, y eso hace que haya perdido, para mí, la luz cegadora que otros han visto en su fútbol y en su incontrolable personalidad. Para mí, por muy regateador y líder que haya sido, y a pesar de sus goles estelares y reivindicativos en el Mundial del 86, no está entre los más grandes. Como tampoco está Amstrong entre los más grandes del ciclismo. Ambos han sido unos deshonrosos ejemplos para el deporte.


Su historia es extraordinaria. Literalmente. Pasó de ser, en su primera juventud, un humilde muchacho de barrio marginal a convertirse en un líder futbolístico y social, que movía y levantaba las masas, y acabó vistiéndose de multimillonario excéntrico que caminaba por los cielos. Perdió el norte. Se convirtió en una mala broma pesada de sí mismo, en un desolado y ruin espejismo. Y tras colgar las botas, tras la retirada, se alejó de sus amigos y terminó solo entre ruidos de gentíos que lo emborrachaban de Maradora, de sí mismo.


Su vida ha sido una locura, ha sido el primer futbolista mediático, hiperbólico, televisivo, estrellado. Cámaras a cada paso, drogas en cada cuarto de baño, fanes histéricos en cada aeropuerto. Ha vivido perseguido por periodistas, por seguidores exaltados, desde su primera preadolescencia, cuando ya la televisión argentina se había fijado en él. Y tras sus desdichas y malas decisiones un sinfín de vividores… vividores que han chupado de sus costillas, algunos sórdidos y nocturnos, otros que han sido hipócritas trapecistas; falsos amigos que querían vivir de su cuenta, de su infinita fama y su inagotable bolsillo. Un estilo de vida que lo llevó a los abusos, a las burbujas, a perderse, a las paranoias, a las depresiones. Sin guías ni mentores, y sin padres, era cuestión de tiempo que acabara siendo un muñeco roto entre tantas cámaras, tantos gritos y tantas palabras vacías. Demasiada vanidad. Demasiado desenfreno. Demasiado ego mal atiborrado. Pero el peso de la fama no puede justificar los descarrilamientos.


La vida le sonrió; le dejó que su magia sobresaliera en el césped, en el fútbol, en el Mundial del 86, en Nápoles. Ese partido contra Inglaterra fue un símbolo de orgullo nacional y resistencia. La revancha y el orgullo hecho símbolo para la Argentina. La albiceleste ganó en moral lo que perdió en La Guerra de las Malvinas por lo militar y lo político. Y de ahí salió el héroe, el mito, el dios, el diez. El fútbol se convirtió en religión y Maradona en Dios. La foto de su vida es esa; levantando la Copa del Mundo. 


Es un héroe en Argentina. Y seguramente, ha agrandado su leyenda por su imperfección. Los argentinos lo han visto como su particular ángel caído, que se ha dañado a sí mismo más que nadie, que ha perdido la batalla con las drogas y ha acabado envuelto en desagradables episodios. Y quizás los argentinos vieron que Maradona era y fue así porque ellos lo crearon así también.


Ha tenido más de siete vidas y ha muerto en vida, seguramente, más de diez veces. La vida de Maradona, de aquel chico que salió del barrio humilde de Villaflores (un barrio privado; privado de agua, privado de luz, privado del Estado), ha sido una infinita odisea tras la retirada. Y en la retina, sobre todo de los argentinos, lo único que lo salva es su amor por el balón, su genialidad con la pelota; un malabarista, un rebelde desencadenado que podía con todo y contra todos. Pero no con sí mismo.


Muchos excompañeros, como Valdano, hablan de él como un líder y un amigo. Y el mismo Valdano lloró al recordarlo. Solo hay que ver el último artículo del exfutbolista argentino y periodista de fina pluma para darse cuenta de que hubo un buen Maradona que desapareció, que no llegamos a conocer. Un Maradona cercano, amigable. Porque nadie es diablo todo el rato.


Hay mucha filmografía y bibliografía sobre su vida y sobre sus distintas etapas que sirven y servirán para salir de la fotografía del mito y entrar en el auténtico retrato. No podemos ser condescendietes con el jugador sin faltar a la verdad, obviando sus desaciertos como persona. La persona siempre estará por encima de todo lo demás. Por ejemplo, Valdano, compañero de batallas y un hombre lúcido, neutral, humano, lo considera un buen amigo y deja fuera las valoraciones éticas y morales. Sus lágrimas en directo al recordarlo hablan más que las palabras. Y es bonito saber que hay amigos que te perdonarán por los errores y que estarán a tu lado. Pero todo lo que ha hecho Maradona, bueno y malo, en su vida, habla por él. Quiso ser un ángel caído, porque las malas decisiones las tomó él. Maradona siempre fue él; sus decisiones y sus circunstancias.


BS

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