Vistazos (XII)
Un año para la resiliencia
El año 2020 ha sido un año para la resiliencia. Nuestras vidas y nuestras normalidades han girado ciento ochenta grados y nos hemos comido a la fuerza, a bocados de manos llenas, el tedioso confinamiento, esta crisis mundial que agobia y que encierra, esta pandemia que nos hiela. Con todos los sinsabores del año covid, que han dejado a la sanidad colapsada y al sistema del bienestar agrietado, habrá que echar cuentas de los agujeros negros, de las pérdidas, pero será más importante, si cabe, valorar de dónde no debemos recortar, qué debemos salvar de la quema de la próxima austeridad, porque será vital tomar conciencia del mundo que queremos para nuestro futuro.
Este año hemos perdido a nuestros abuelos y a nuestros padres. Hemos observado día tras días las cifras de contagios y de fallecidos. Como si estuviéramos atrapados en El día de la marmota. Como los goles en el carrusel deportivo radiofónico de los fines de semana. Como vivir en una pesadilla que da vueltas y que no mitiga. Psicologicamente es inaguantable. Muchos de nuestros padres y abuelos, además, se han ido y no han tenido ni siquiera la posibilidad de tener una despedida remota con los suyos, una mano amiga a la que tocar, unos ojos a los que mirar antes de soltar el último suspiro. Se trata, por tanto, de un año repleto de dramas humanos.
También hemos perdido un bien preciado y que en muchos países sigue siendo un bien escaso: la libertad. Porque la libertad no es subir fotos de viajes de postureos; la libertad también es emocional; la libertad le da dignidad a las personas. Pensábamos que ella era intocable, inviolable, y hemos destapado la caja de Pandora de este 2020 asumiendo su ausencia por una mayor necesidad; la de salvar vidas. Pero habrá que estar muy atento a lo que hacen con ella, a las secuelas que todas estas imposiciones (veladas, intencionadas y malintencionadas) y restricciones nos dejan, porque son muchos los intereses que están en juego. Son muchos los que quieren que estemos en casa sin rechistar, lobotomizados con internet, anestesiados con los smartphones, Amazon, la televisión y Netflix.
El coronavirus, el confinamiento, las mascarillas, han hecho que nuestras vidas queden también enredadas en el miedo, en stand-by, en un limbo pausado, atrapadas en una larga espera, en casa, en el piso, lejos de las reuniones sociales de cualquier tipo, lejos del ocio multitudinario, de los conciertos (pero no de los centros comerciales). Vidas congeladas a la espera de una vacuna exprés que nos vuelva a dejar abrazar y besar a nuestros seres queridos. Una vacuna que ya asoma y que ve la luz, y con ella nosotros podemos anticipar que hay luz de verdad al final del túnel, el principio del fin, el remedio para mitigar, en el corto y medio plazo, pero que no es el punto y final de la covid.
No estamos hechos de distancias, ni de videollamadas. Necesitamos los abrazos, los besos, el contacto. Y es importante reconocer qué es y qué era la "normalidad", la "antigua normalidad", y en qué se diferencia de la "nueva normalidad", un concepto que es en sí mismo una contradicción.
Una de las palabras claves de este 2020 es la resiliencia. Las personas somos seres de costumbres y podemos adaptarnos a entornos castigados, depresivos, hostiles. Vienen meses en cuesta arriba. Restaurar la tasa de paro actual llevará años, y los de mi generación, los millenials, las crisis empiezan a ser mala e insistente ley de vida. Y quizás haya que ver este año así, a pesar de los golpes y las sacudidas, como un año de resiliencia y de resistencia, como una lección de vida. Quizás sea el año en el que aprendimos a ver la vida como un regalo, un regalo que hay que aprovechar y mimar.
Me gustaría imaginarme que aprendemos de este 2020 eso, que la vida es un regalo, y que ni las banderas, ni los plenos carniceros en el Congreso que se pierden en los griteríos de los partidos, ni las peleas por las identidades, ni las peleas de odio contra más odio, están por encima de nosotros, de la gente.
La cultura es vida y bienestar
Este 2020 se ha llevado por delante a la cultura, que cierra el año con miles de heridas y cicatrices. Porque los pasos en el sector cultural están llenos de trabas y trampas. Nos hemos quedado sin librerías, sin teatro, sin música y sin cines. Empezando el recorrido por el sector audiovisual, las películas y sobre todo las series tienen un auge con las plataformas onlines aunque han dejado a las clásicas salas de cine en coma inducido. Las librerías, por su parte, cierran sin remedio, si bien, hay algo que puede cortar, y corta, la sangría; hay una fidelidad digna de admirar de los lectores en los libros, en el papel. A pesar de los malos augurios de los expertos, que anticipaban la desaparición de los libros en la era de las pantallas y multipantallas, el sistema editorial se mantiene casi estable, incluso en el año de la covid. Eso sí, el problema de las librerías y su desaparición no está en los lectores, está en la pantalla de nuestros teléfonos; en Amazon.
De todas las artes, la que ha salido terriblemente castigada ha sido la música. A día de hoy, ya no queda casi ninguna revista musical en papel. Mondosonoro cesó la actividad de su revista mensual en papel hace unos días y será cuestión de tiempo que la web se convierta en un reducto de reseñas por amor al arte y sin beneficios.
Quizás, la covid, ha sido un golpe casi mortal para la música, para un oficio que vive de los directos. Solemos olvidar todos los tinglados y todas las personas que están detrás del focalizado frontman (músicos, revistas, periodistas, técnicos de sonido, técnico de luces, pipas, conductores, y trabajadores que montan y desmontan los equipos y los escenarios). El trabajo de los músicos y la del entorno que hay detrás de estos carece de valor porque sus trabajos están a tan solo treinta segundos de tiempo, a una descarga en internet, y solo cuatro gatos supervivientes van a contracorriente y compran CDs y vinilos. Para el Estado y para la sociedad la música es eso que disfrutas en el coche, en las fiestas, los bares, pubs y discotecas, y en las películas, y por lo que no estás dispuesto a pagar. Es como si en tu barrio existiera un pequeño comercio en el que todo el mundo roba lo que quiere, y con el tiempo, todo el mundo acaba viendo lógico y natural robar en ese pequeño comercio. Ese pequeño comercio es la música. Con la música, juegan sucio.
BS
Comentarios
Publicar un comentario